La habitación está pintada de una tonalidad clara, bajo un blanco apastelado, la luz de la farola penetra entre las persianas exteriores y esa pequeña lámina que se deja ondular en el interior. Sus ojos permanecen cerrados, no son capaces de abrirse, ya que acababan de tornarse.
- Despierta... despierta...- el sutil tacto de un dedo acarició su mejilla.
- ¿Qué haces aquí? - Su tono de voz entremezclaba la sorpresa con el desconcierto.
- Tranquila.
- ¿Qué haces aquí?, aquí no puedes... no debes de estar.
- ¿Dónde crees que estoy? -Durante unos instantes se quedó callada, ya que aún la soñolencia la dominaba.
- Estás en mi... - Le interrumpió.
-¿Dónde estoy?... fíjate bien. - Le susurro con una sonrisa escapada entre los labios.
- Estamos... en mi habitación. No, no estamos en mi habitación... ¿dónde estamos? - A cada palabra le quitaba fuerza de voz.
- Tranquila, tú estás en tu habitación durmiendo y los dos en tu sueño... ven sígueme, dame la mano y sígueme.
-¿Qué?
- Dame la mano y sígueme. - Ella le sujetó la mano...
La noche les rodeaba, las casas brillaban doradas bajo la oscuridad de la noche y la luz anaranjada de los viejos faroles iluminaban la oscuridad, dando a nacer pequeñas sombras que corrían desdibujadas de un lugar a otro.
- ¿Dónde estamos? - Le preguntó ella.
- Donde me pediste, en ese pequeño pueblo... vamos...
Los pasos se hicieron cómplices, resonaban huecos entre las calles que se prolongaban internándose en esa tiniebla, que teme nuestro camino, la de dos imágenes que se proyectan como las sombras de dos almas que dejan sus pisadas atrás. Sonríen en una complicidad que les embarga, corren de aquí para allá entre los adoquines y el empedrado gris de la calle. Siluetas de contornos rojos y anaranjados se dejan deslizar por las paredes de las casas como fantasmas que buscan el recuerdo de un hogar.
Las calles les conducen y nos conducen, nos dej amos llevar mientras alcanzamos la plaza mayor. Reímos, nuestra algarabía inundaba la plazuela, los ecos se proyectaban entre las farolas, quedándose suspendidas de las pequeñas vidrieras de sus cristales y asomándose a las ventanas.
Está feliz, no deja de mirar cada rincón, de contar cada estrella, de saludar cada piedra, de conocer cada lienzo de pared.
Los pequeños faroles parece que se mecen a su paso, no al mio, sí, es al suyo.
Las calles les conducen y nos conducen, nos dej amos llevar mientras alcanzamos la plaza mayor. Reímos, nuestra algarabía inundaba la plazuela, los ecos se proyectaban entre las farolas, quedándose suspendidas de las pequeñas vidrieras de sus cristales y asomándose a las ventanas.
Está feliz, no deja de mirar cada rincón, de contar cada estrella, de saludar cada piedra, de conocer cada lienzo de pared.
Los pequeños faroles parece que se mecen a su paso, no al mio, sí, es al suyo.
Apoyas la mano sobre la pared y dejas que se deslice mientras paseamos lentamente, nuestras sombras, todas las que producen los farolillos intentan escapar para ser libres, y la verdad es que no las perseguimos, las dejamos marchar en pos de esa libertad que permanece entre la luz de una farola y la penumbra.
Te detienes, sientes la calidez de la pared, del color, poco a poco llegan a ti esos susurros, palabras sueltas, cierras los ojos y de repente los abres con una sonrisa... lo has escuchado. La mano alcanza una esquina y tu mirada se desliza entre los lienzos, entre las balconadas que se alzan, entre esas fachadas que se izan penetrando en la noche y allí, en lo más oscuro de aquella cúpula, tres pequeñas estrellas te miran.
Dudas, no sabes si dejar la seguridad de la pared, los sillares te acercan a la tierra, me aprietas la mano... y sólo escuchas una voz que te dice.
- Siente... escucha y ahora... mira.
La gente va de un lugar para otro, sin prisas, la tarde está bien entrada y la noche ya está presente. No entiendes la luz que te rodea, pero tampoco entiendes de dónde han salido estas personas, este pequeño vecindario ocupado en sus quehaceres, antes de recogerse al calor de un hogar encendido. Las sombras anaranjadas, ahora muestran sus ropajes gruesos sobre camisas finas, hasta que unos ojos se detienen ante ti y te miran, sonríen y te invitan. Te dejas llevar....
A Cristina.
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