domingo, 29 de septiembre de 2019

una pequeña visita


"El molino de harina"
100x81, técnica mixta sobre madera
Segundo premio en el V certamen nacional de pintura 
al aire libre de la Villa de Alba de Tormes (Salamanca).


Estaba sentado junto al río, tirando pequeñas piedras a sus aguas, viendo como la corriente se llevaba las ondas que se producían. No tenía ninguna intención, sólo miraba la pequeña escena en la cual me encontraba, mientras ella terminaba de pintar aquella imagen sobre una superficie blanca. No me veía, aunque yo a ella tampoco, sólo podía vislumbrar las pinceladas que alguien profesaba sobre un lienzo. Y ahora me preguntarás por qué sé que era ella, por qué sé que había alguien pintando. Te tengo que confesar que realmente no la veía, sólo podía ver lo que pintaba, lo que escribía sobre esa ventana abierta pintada de blanco, y la mano que utilizaba aquel pincel era el de una mujer joven. Su letra era clara, concisa, aún con sus dudas, sus anhelos, sus esperanzas, esas letras las podía ver de forma nítida. El resto del texto estaba escrito en tonalidades verdes y azules, pero aquellas superficies rojas me mostraban aquel viejo molino, el mismo que ahora podía ver con claridad.

Y todo esto sucedía, mientras seguía tirando piedras a la superficie del estanque. Unas alas pasaron junto a mí, tocando cada una de las piedras que yo lanzaba, hasta que tomó una entre sus patas y me la trajo, sus inconmensurables ojos azules me miraban con una sonrisa entre sus labios. La volví a lanzar y ella me la volvió a traer, mientras su pequeña cabeza se movía de un lado a otro y sus alas no dejaban de hacer vibrar el aire de emoción. Y allí nos podías ver, a ella, la libélula y a mí, jugando con las ondas que el río se lleva.

Al escuchar una voz a nuestras espaldas, la libélula se detuvo en el aire manteniendo aquella pequeña piedra. Quien pintaba, se sentó a mi lado, no me dijo nada, la libélula se posó junto con la piedra en su mano, no hablamos. La que escribía sobre el cuadro me miró y ambos, la miramos a ella, la libélula, con sus grandes ojos azules y sus cuerpo verde y amarillo, mientras la corriente se llevaba las aguas río abajo.


Fotografía y acuarela de Cristina Díaz.
Texto de Jesús López.


El molino rojo de harina, , ondas que el río lleva, el juego d ela libélula, frente al molino, paisaje en el estanque, un lienzo contra corriente, contra corriente... al final, al molino de harina le pusimos algunos nombres.


Quedan reservados todos los derechos de la propiedad intelectual del presente artículo.


miércoles, 25 de septiembre de 2019

olor a pan

Imagen de Wences Iya

Olor a pan recién horneado, la luz cálida del amanecer, la sonrisa de las niñas, los pasos por las escaleras, las puertas que se abren y se cierran, los correteos entre las callejuelas y ojos expectantes.

Pasos, sonrisas, palabras y el olor a pan caliente entre sus manos.

Las niñas, casi tropezaron con ella, no la vieron, no la quisieron ver. Ella seguía agazapada frente al portal de una casa, me acerqué y una vez junto a ella... le pregunté.

-¿Estás bien? -le inquirí y viendo que no contestaba, le volví a interpelar-. ¿A qué juegas?

Giró la cabeza lentamente hacia arriba con una postura un tanto forzada, su rostro me miraba con unas insondables cuencas vacías. Sus labios, sonrosados, se abrieron mostrando una boca cerrada en sí misma, un grito gris y ahogado se extendió entre las calles.

La miré, sus inexistentes ojos oscuros me mostraron el horror de su pequeña vida, de su infancia.

-¿Estás sola...? no estés triste... vente conmigo -Al tiempo que me escuchaba y le pasaba la mano por su pelo ondulado ordenándolo.

Una ligera sonrisa en la comisura de los labios y su respuesta fue inmediata, agarró mi mano y se escondió en mi regazo.

Nos alejamos calle abajo... a su nuevo hogar.

-¡Mamá, hoy tenemos una nueva amiga para desayunar! -Los rostros de su mujer y de sus hijas quedaron petrificados en los de su marido y padre, no sin dejar escapar una sonrisa que conforme descendía se hacía más sincera.

Una mano se extendió y fue aceptada por otra mano gris.
-Ven conmigo cariño, siéntate, ¿cómo te gusta el pan? -Se fue retirando, mientras le besaba la cabeza y le acariciaba el pelo.

Las hijas miraban a su madre, mientras recibían un mensaje no evocado, pero sí pronunciado con una sencilla mirada.

Las niñas al unísono, dijeron como si las distancias fuesen infinitas...
-¡Mamá!, desayunamos y podemos salir a jugar, ¿a que sí? Di que sí, y nos vamos todas, salimos las tres.

Unos ojos inexistentes se despegaron un poco de la superficie de la mesa.

-¿Cómo te llamas? -Le infirió la más pequeña-. ¿Desayunamos y te vienes a jugar a la calle... cómo te llamas... cómo te llamas...?

No terminó de pronunciar su última palabra cuando unos pequeños ojos oscuros y muy brillantes miraron con una sonrisa.

-¡María!

-Pues cuando terminéis las tres podéis salir a jugar... ¿qué te pongo en el pan María...? -Un pequeño dedo sonrosado perdía sus sombras y con un toque mágico, vio como ella estaba junto a una mesa, un hogar, una familia... una sonrisa, un beso y la algarabía de las niñas jugando en la calle.

-¿Ella sabe que está muerta?

-¡No!
-Vivirá con nosotras hasta que encuentre a su familia.
-Creo que ya la ha encontrado... es muy pequeña. ¿Qué le pasó?
-Eso... mejor no te lo cuento. -Le dijo mientras le daba un beso en la mejilla y sus ojos se ocultaron tras unas lágrimas.

Correr de escaleras, llaman a la puerta, es María...

-¡Mamá, me puedes dar agua! -Unos pequeños ojos de tonalidad melada brillaban al ver aquella otra figura que le acercaba con una sonrisa entre los labios un vaso con agua.

Los ecos irrumpen entre los adoquines grises de la calle en un día azul y vestido de aromas de primavera. La algarabía de las niñas jugando en la calle evocan y alzan el único sonido que debe ser evocado y escuchado, el de su felicidad.

...pero es un sonido que sólo queda en mi mente... el olor a madera quemada inunda el ambiente, el humo es espeso, casi no me permite ver nada a mi alrededor. El olor se entremezcla con otros aromas, no logro distinguir nada, los sonidos de algarabía se entremezclan con otros confusos y que poco a poco van intensificándose hasta ser un sonido atronador en el silencio. 
Gritos de mujeres, lamentos de niños y allí, entre el humo, una niña me mira con lágrimas en los ojos. Una fetidez nauseabunda impregna el ambiente y se pega a mi piel, ese olor, es olor a carne quemada... las nubes se disipan lentamente para mí, y me ofrecen una única escena de esa gran obra, una mujer se está abrasando viva mientras las llamas salen desde el interior de la casa, recorren su cuerpo y la cubren de un beso frío del que nunca despertará. Su piel se oscurece, sus ropas se hacen cenizas al viento, mientras un sonido ahogado que ha escapado de su garganta lleva de la mano el de su recién nacido carbonizado a sus pies. La lengua de fuego lame en un viejo ritual lo que le han ofrecido, se alimenta, devora con gula y no olvida... las nubes de carne quemada se cierran y me ofrecen otra escena en este teatro en el cual no he pagado entrada...

La pequeña niña de ojos oscuros y lágrimas que recorren sus mejillas sucias me ofrece su mano, tiene miedo. Se la tomo y busco a mi hija, veo como quiere acercarse a algo que está a su lado... lo veo antes que ella, la llamo y mi mano llega a asir la suya antes que mi voz, las alejo a las dos de aquella imagen... los cuerpos quemados y ajusticiados de personas inocentes han sido apiladas como bestias inmundas, mientras arden al pie de la puerta de la iglesia. Las lenguas de fuego que todos juntos ofrecen alimentan a los que aún penden colgados de las cuerdas de aquellas horcas... quienes tienen que proteger, ofrecen su mano y el resto son cómplices con su silencio. Los dioses cierran sus puertas y sus representantes son partícipes de aquella orgía...

Estoy parado mientras el humo se disipa, el sonido de la algarabía viene de nuevo a inundar mi alma y todo vuelve a ser esa imagen sencilla y amena. Mi hija pide que la deje jugar con sus amigas entre las calles del pueblo y mi otra mano está vacía. Busco a quien me la había llenado por unos instantes, está allí, escondida entre las sombras del umbral de una casa, puedo escuchar su lamento, me acerco a ella, me arrodillo y le pregunto.

-¿Estás bien? -le inquirí y viendo que no contestaba, le volví a interpelar-. ¿A qué juegas?

Giró la cabeza lentamente hacia arriba con una postura un tanto forzada, su rostro me miraba con unas insondables cuencas vacías. Sus labios, sonrosados, se abrieron mostrando una boca cerrada en sí misma, un grito gris y ahogado se extendió entre las calles.

La miré, sus inexistentes ojos oscuros me mostraban el horror de su pequeña vida, de su infancia.

-¿Estás sola...? no estés triste... vente conmigo. -Al tiempo que me escuchaba y le pasaba la mano por su pelo ondulado, ordenándolo.

Una ligera sonrisa en la comisura de los labios y su respuesta fue inmediata, agarró mi mano y se escondió en mi regazo.

Nos alejamos calle abajo... a su nuevo hogar, el olor a pan recién hecho se extendía por toda la calle.


Oleo sobre tabla de Wences Iya, artísta plástico.
Texto de Jesús López.


Quedan reservados todos los derechos de la propiedad intelectual sobre el texto y la imagen.

martes, 24 de septiembre de 2019

una jornada de trabajo

Una jornada de trabajo muy agradable en torno a unas páginas que estaban en blanco y hoy día son las que conforman la obra de "alas de amapola".

Aquella pequeña obra escrita en azul y rojo sobre fondo blanco, vino a cumplir un deseo y una deuda personal. Creíamos que sorprendería, y así ha sido, pero con una diferencia, lo ha hecho sobre las personas, sobre quienes la han leído, su lectura no ha pasado inadvertida y las muestras de afecto nos han llegado desde lugares tan lejanos como insospechados. Pero ese fue el deseo de aquellas personas que estábamos disfrutando en la confección de la publicación de "alas de amapola".

En la imagen, las personas que lo hicieron posible, de derecha a izquierda. Inma es la editora de "alas de amapola", su visión se centró sobre esta pequeña obra que conformaba un paso diferente a nivel literario. Isa es quien se ha detenido en corregir todos y caa unos de los textos que han ido tomando forma, una labor silenciosa y que en su momento, también realizó sobre "alas de amapola". Y al final, en el extremo de la imagen, el que toma la imagen y la dibuja con palabras.

Hoy, los caminos nos llevan por nuevos proyectos, nuevos senderos, y son estas, mis letras, las que esperan ver próximamente la luz en una nueva obra.


viernes, 20 de septiembre de 2019

tintorela


Nunca he visto un pincel deslizarse sobre la superficie de un papel con tanta delicadeza, el sonido que me llega está lleno de rayos de sol, de luz cálida sobre los campos, de tonalidades ocres e hilachas púrpuras del atardecer. Aromas a tierra mojada y sobre todo, a un fragancia que aún no sé describir.

Las tonalidades alzan imágenes de campos de trigo, de instantes siempre sostenidos sobre el horizonte, de tardes de lluvia, de mañanas de nubes, de canciones suspendidas en el aire bajo el aliento de la voz de una mujer, a un fruto dorado, a un fruto carmesí.

El paladar me embriaga de sutiles percepciones que no existen, salvo en esa pequeña gota que se extiende entre los cabellos del pincel hacia una tierra blanca que necesita ser horadada, sembrada de palabras, de color, de imágenes que nos hagan soñar. Me embriaga como un fruto que guarda en su sueño el sabor dorado de la exhalación de un destello que tú eres capaz de tomar en esa vendimia que realizas al amanecer. ¿Cómo transformas el fruto del aire, el que nace de la tierra, el que se deja besar por el labio de tus dedos? no me lo cuentes, deja que ese secreto siga guardado para siempre en ti.

Tu voz emana y se entrelaza junto a esa pequeña lágrima que cobra sabia sobre una superficie siempre viva y anhelante de tu presencia. Tu palabra ofrece vida y una tonalidad carmesí te sigue, dejándose llevar por el pincel que llevas entrelazado entre tus manos.

El pincel se detiene sobre la superficie del lienzo que se extiende sobre tu piel, una imagen granate me ofrece una figura y vuelve a mí ese aroma que no sabía describir...


Una pequeña libélula roja se posa sobre mi dedo y enmudece el lápiz, me mira y me recuerda a ti.


Gracias Cristina por darle vida a la libélula.

Acuarelas de Cristina Díaz
Texto de Jesús López

Quedan reservados todos los derechos de la propiedad intelectual.


miércoles, 18 de septiembre de 2019

"alas de amapola" da la vuelta al mundo

"alas de amapola" ya está presente en 130 países, desde la editorial ExLibric, se me comunica que la pequeña obra de "alas de amapola" ya puede ser adquirida en 130 países, la cual ha sido leída en 14 y conocida en 45 países de todo el mundo, gracias al acuerdo llevado a cabo con @BookDepository . Mi agradecimiento a tod@s l@s lector@s por haberlo hecho posible.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Lucía a solas


He llegado por fin a Asumigaoka (Japón), se lo había prometido, en los últimos días la notaba inquieta, cansada, me preocupa, es una niña muy pequeña.   


El murmullo se acercaba, las sombras confundidas dieron paso a imágenes de cuerpos que deambulaban entre conversaciones ininteligibles, avanzaban en oleadas regulares, deteniéndose ante las orillas de cada ventana abierta.

Hablaban, avanzaban, se detenían, observaban, hablaban, avanzaban, se detenían... pero de entre todos ellos, una mirada era esquiva, atrajo mi atención.

Ella estaba allí, con su mirada escondida, con las manos unidas y con aquel vestido azul que tanto le gustaba a su madre. Estaba sola, junto a un viejo baúl cubierto que tanto le gustó en su infancia, pero no tenía a nadie, se sentía olvidada, y estaba callada, en silencio, sólo sus ojos claros evidenciaban que ella no era como las demás. 

Los cuadros se dispusieron durante los días anteriores. El silencio de las salas sólo era irrumpido por los operarios que iban y venían con el objeto de cumplir un plazo, ofrecer un principio. Aquella noche previa fue sobrecogedora, las salas estaban oscuras.

La semipenumbra ganaba espacio a la luz y ofrecía una sensación extraña.

Aquella noche previa fue sobrecogedora. Los cuadros se dispusieron  en un orden externo, en él vivirían en un trozo de pared. Las estancias empezaron a quedarse solitarias, luego las obras quedaron solas y con una luz efímera, porque muy pronto permanecieron en una oscuridad casi absoluta. 


El silencio en el museo me invadía, la oscuridad que vino luego era extraña porque acompañaba a algunas de las obras, pinturas sobre superficies planas, imágenes guardadas sobre espacios horizontales, sin vida. 

Iba pasando al lado de ellos, sin que despertasen. Su silencio era extraño, pero al fondo de la galería, una pequeña luz trémula invadía un recodo de un pasillo. 



La luz era clara, suave y con unas pequeñas tonalidades celestes.

Allí estaba ella, sola, callada, en silencio y sin moverse para nada, pero no podía evitar que la luz se proyectase fuera de la imagen acotada del cuadro en el cual estaba encerrada.

Sabía que iba a estar un tiempo viajando, pero creo que no se ha acostumbrado del todo a esta nueva aventura.

Paso a su lado, no me dice nada, sé que su mirada me sigue, aunque no me ve completamente, porque tiene la mirada tan gacha que no es capaz de observarme completamente. Ella sigue obedeciendo a su madre, pese a todo, tal y como le había prometido, a la que tanto ama.

Las luces de las lámparas invadieron cualquier rincón, los ecos se proyectaban, le hice un gesto para que guardase silencio.

El sonido se hacía a cada instante más profuso, por suerte no necesitaba que me viesen, así que era invisible para ellos, ese mundo que han creado y en el que necesitaban vivir.

Las cámaras se encendieron y la presentación dio paso a esa siempre presente, primera visita guiada.




Cada cuadro es descrito, analizado, expuesto y probablemente desnudado ante quienes tienen frente a él. Las miradas se arremolinan en torno al mismo y muchas miradas son cómplices de comentarios entre susurros.



Nos acercábamos a Lucía, la notaba nerviosa, las personas cruzaban por delante de ella, mientras sus ojos comenzaron a clavarse sobre su piel. 

Yo veía a una niña pequeña asustada y lejos de su madre, yo veía a Lucía, a la pequeña Lucía.

Hablaban de su origen, su procedencia, su tendencia, sus características técnicas, sus juegos de luces, su viveza.. hablaban de ella sin conocerla. 

-¿Cómo se puede describir a quien no se conoce?, ¿cómo pueden hablar de ella, si verdaderamente no la ven?

Una mujer no dejaba de mirarla fijamente, estaba intentando buscar sus ojos, el brillo de sus ojos, ya había alabado el color, las texturas, las pinceladas, la luz que emanaba y... Lucía estaba triste, una pequeña lágrima comenzó a correr por su mejilla.

-¡No me mire así, por favor... no me mire! -Su pequeño grito me cohibió, aunque no se daba cuenta de que nadie quería escucharla.

Interrumpí con sutileza a la mujer, que perdió su atención, y acto seguido prosiguió hablando con las personas que le acompañaban, de algo que tenía aquella obra pictórica... le escuché decir que tenía... "tamashi (魂)". De forma que atrajo la atención de los demás y seguía pronunciando aquella palabra, una y otra vez, todos confirmaban lo que ella decía, aseverando cada instante, mientras una vez más, no perdían detalle de Lucía. Una lágrima, recorrió toda su mejilla y fue a caer sobre el vestido que le puso su madre, una pequeña mota azul sobre un tejido celeste.

Una voz suave llamó la atención, volviendo los asistentes a iniciar su camino. 

Lucía me susurraba con un hilo de voz que apenas era perceptible... -No te vayas, no me dejes aquí sola.


Mientras todo el mundo proseguía el recorrido en la exposición, una pequeña mano buscaba esa otra.



Estaba el último, como siempre, se iban alejando y me acerqué aún más a Lucía, le extendí la mano y me la cogió.

-No te vayas, no me dejes sola. -Volvió a repetirme.
-No te preocupes Lucía, no te voy a dejar sola.

Ella lo miró, sus ojos brillaban y aquel lunar azul, aún brillaba sobre su vestido. Le recogí la lágrima con sumo cuidado con el dedo, se la deposité sobre su índice y le indiqué que no tenía que volver a llorar.

-¿Cómo te llamas?
-No tengo nombre.
-Sí, todo el mundo tiene un nombre, todo el mundo tiene que tener un nombre. ¿Cuál es el tuyo? -Mientras lo miraba con esos profundos ojos grises de tonalidades aquí verdes y allí azules.
-No tengo nombre Lucía. -Le decía mientras me agachaba y me ponía a su altura.
-Pues yo te voy a poner uno, déjame que piense...
-No te preocupes, no necesito ningún nombre. Nunca lo he necesitado y creo que los nombres no son necesarios.

Su ojos se clavaron en mí y no dejaba de observarme muy atentamente, mientras daba una vuelta a mi alrededor.

-Yo te he visto antes, en casa, aunque tu voz y tu aspecto... ya lo tengo... te voy a llamar, "no tengo nombre".

Una sonrisa iluminó mis labios y una carcajada resonó entre los pasillos de la galería, la gente se volvió...

-No tengo nombre, nos miran y no nos ven, pero te han escuchado.
-Sólo ven lo que quieren ver y escuchan lo que quieren escuchar.

Lucía se quedó en silencio, pero su mirada hablaba por ella.

-¿Por eso nadie te ve, por eso nadie me ve ahora, pero sí te han escuchado?
-Me han escuchado, pero realmente no lo deseaban.Así que lo han olvidado antes de memorizarlo, antes de que se convierta en un recuerdo. Ven algo de ti, Lucía, pero sólo lo que ellos quieren y lo que unos se traspasan a los otros, en ocasiones pueden coincidir contigo y en otras no. Sin embargo, realmente no te han visto, sólo se han acercado a la superficie mínima de esa imagen reflejada sobre el espacio de un lienzo, nada más. No son capaces de ver la luz que sale del cuadro, esa que mami ha creado para que no te sientas sola, para que no tengas frío, para que te sientas como en casa cuando juegas en el patio con la abuela. No ven ese vestido que tanto le gusta a mamá y que tu color preferido sea el celeste. No han visto el color de tus ojos porque necesitan ver para mirar... -Lucía le interrumpió.
-Pero ¿tú no lo necesitas, me ves, me escuchas?
-Claro, como tú, nosotros no necesitamos mirar para ver, ni escuchar para oír, ni tentar para sentir.
-Eres raro.
-¿Sí?
-¿Por qué la gente te tiene miedo?
-¿A mí o a ti, Lucía?
-A ti, claro, yo soy una niña.
-Eso es verdad, ninguna de las personas que están aquí para admirar estas obras de arte, se han dado cuenta de que tú eres una niña. Nadie te ha visto y eso ha pasado porque tienen miedo de verte. Ellos se quedan en lo sencillo, en lo superfluo, pero no te han visto y posiblemente es porque tienen miedo.
-Un día escuché que a ti te tienen miedo.
-¿Por qué me tienen que tener miedo?
-Porque eres capaz de verme y de escuchar lo que hay ahí encerrado.
-Ven, acércate, mira el cuadro que pintó mamá, ¿qué ves Lucía?
-No te entiendo.
-¿Qué ves Lucía, dónde estabas hace un instante?
-Es una casita pequeña, mami me la pintó para que estuviese cómoda, como en casa, huele igual, escucho los mismos sonidos, pero estoy sola... echo de menos cuando mami viene por la noche y me da un beso. -Una lágrima volvió a recorrer su mejilla -Quiero volver a casa, quiero estar con mamá, llévame a casa... ¿puedes?
-¿Es un deseo?
-¿Qué?
-Me estás pidiendo un deseo.
-Sí... quiero volver a casa, quiero ir con mamá.
-Deseo concedido.
-¿Me llevarás?
-¡Claro!, pero ya no es necesario llorar... ¿vale? Vamos Lucía, nos vamos, ¿te parece?
-Y ¿qué va a pasar con el cuadro de mamá?


-Lo podemos dejar así, no se van a dar cuenta, sólo ven una parte, verán lo que quieren ver, y aunque te parezca extraño te seguirán viendo, aunque es mejor decir, que lo creerán. -Su rostro evidenciaba que no estaba convencida.
-¿Podemos hacer otra cosa?
-¿Qué te gustaría hacer?
-Y si pintamos un bonito paisaje, ese color oscuro, realmente ocultaba un poco un campo de amapolas, a mamá le gustan mucho.
-¿Qué te parece si ponemos un precioso campo de amapolas con un bonito atardecer de tonalidades naranjas? Los atardeceres le gustan mucho a mamá y seguro que se dará cuenta. Ella sí verá que tú ya no estás en el cuadro, pero tampoco podemos preocuparla, así que al ver ese bonito atardecer y las amapolas sabrá que vuelves a casa... ¿te parece bien Lucía?
-Sí, me gusta, es bonito.
-Míralo ahora.
-¿Cómo lo has hecho?
-Eso es magia, pero no se lo digas a nadie. Es lo mismo que cuando tú has abandonado el cuadro.
-Eso es fácil. -Recibió una amplia sonrisa y un beso en la frente.


-¿Volvemos a casa Lucía, volvemos con mami?


-¡Sí! -Su rostro se iluminó.


-Lucía, ¿esto qué es?
-¡Es que me aburría!, y es el único sitio donde puedo pintar y que no estropeo nada... ¿te gusta?
-Por un momento me había olvidado de que eres una niña.

En una pared aledaña, se podía observar una obra, que representaba la pizarra de un colegio a la cual Lucía le había añadido algunas imágenes más.

-Hecho de menos el cole.

El alba irrumpe sobre un pequeño cuarto, la claridad lo inunda y una tonalidad cálida comienza a extenderse hasta que el Sol despunta sobre la línea del horizonte y se asoma tras la ventana de la habitación de un hogar.

-¡Buenos días mami!

Imágenes:


Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Mi agradecimiento al MEAM 
por la aportación a la cultura que realiza, más allá de cualquier frontera, e igualmente a todas aquellas obras seleccionadas y a sus autor@s, sin ell@s sería imposible.

Mi agradecimiento a Amaya Corbacho, 
gracias por la paciencia que ofreces a mis letras.

sábado, 14 de septiembre de 2019

un día de septiembre en Madrid

...una mirada indiscreta en el cielo gris de la gran ciudad, descubre que una chica llevaba sobre su regazo un libro de color cobre, no sabía cómo acercarse, pero aquellas páginas le parecían familiares, leía... Setenil. Cuentos, historias y leyendas... la chica me miró, yo sólo le ofrecí una sonrisa...

(un día de septiembre en Madrid)



viernes, 13 de septiembre de 2019

las pinceladas de la libélula


Intentaba escribir algo sobre esa página en blanco, pero ni el lápiz me ofrecía letras ni la pequeña lámpara, esa que me miraba con su único ojo, lograba que encontrase palabras escondidas en esa superficie que guarda dentro de ella todos los textos que están aún por trazarse, como caminos sobre la piel. Su luz amarillenta se extendía sobre el pequeño espacio de la mesa y se venía a entrelazar entre mis dedos, creando juegos de luces y sombras.

La luz del patio entraba a través de una pequeña puerta de cristal entreabierta, pero lo que me llamó realmente la atención fueron aquellos dos pequeños ojos que se asomaban como si quisieran no ser vistos, se asomaba una vez y otra... hasta que terminé por levantarme, y al acercarme con cuidado, pude verla, era ella, la pequeña libélula. Se posó un instante sobre la punta de mi dedo y me miró muy atentamente con sus inconmensurables ojos negros, el brillo que me ofrecían los tuve que seguir, porque rápidamente salió volando y tras unos giros imposibles se detuvo sobre el lápiz. Su mirada se hizo penetrante, sus alas se comenzaron a mover, al principio muy lentamente, hasta que pudo alzar el vuelo, pero esta vez era suave, detenido, como si bailase con las nubes, aunque sus pequeñas patas volvieron a ofrecerme una imagen sobre el lienzo en blanco del papel. Su cuerpo granate ofrecía destellos que permitían ver lo que estaba dibujando, lo que estaba escribiendo, el pequeño dibujo era sutil, apenas visible.

El lápiz y el pincel los posó sobre ese mar de nubes en calma, superficie tersa que espera que le den color. No me dejó decirle nada.

Volvió al patio, estaba de nuevo allí, tranquila, volando de aquí para allá, y mostrando sus pequeños ojos a través de los cristales, se asomaba curiosa, como cuando la infancia te mira y aparece de forma curiosa y entrañable.

Pero, mientras intentaba escribir, mi mirada se me escapaba y la seguía, al principio se asomaba, pero posteriormente desaparecía durante unos instantes para volver a aparecer con sus pequeños ojos expectantes. Y como en un juego de niñas y niños, el silencio evidencia travesuras, no me dio tiempo a levantarme para espiarla entre visillos, sus ojos volvían a asomarse, disimulé lo mejor que pude y el silencio nos rodeo. Yo aparentando que mi mente se llenaba de letras y mi mano de palabras, y ella, la libélula, seguía volando tranquila y con disimulo, hasta que un pequeño reflejo naranja invadió mi rabillo del ojo.

Tras aquella pincelada naranja le prosiguió otra blanca, amarilla, cobre... mis ojos quedaron abiertos, muy abiertos sobre aquella extraña escena que se estaba desarrollando tras el cristal de la puerta en el interior del patio. Y como si fuera una pecera, aquellos peces que vivieron en aquel estanque hoy vacío, volvieron a nadar, detrás de la pequeña libélula granate, sus destellos metálicos nadaban  dentro de ese ambiente a tierra mojada. Me miraban con sus pequeños ojos oscuros y mirada intensa entre escamas metálicas que lucían bajo la luz de una mañana azul, sus pequeñas bocas me volvían a ofrecer esas vocales que les enseñe, una pequeña "a" y una enorme "o".

La libélula volaba entre ellos, y juntos nadaban de aquí para allá, la pequeña libélula y los peces de vivos colores, jugaban sin descanso en una amistad que me ofreció una primera letra con la cual poder empezar a escribir.

martes, 10 de septiembre de 2019

un árbol habla y el bosque escucha

...algún día, nuestros sueños se unirán y crearemos mundos conjuntos, de momento soñamos y tenemos el don, esa magia de los antiguos, cuando relataban historias a la luz de la lumbre, historias trágicas, divertidas, emocionales y por supuesto de amor, donde la imaginación sería el vínculo transformador entre el mito y la realidad...
Ricardo Reina Martel (Escritor)



..."algún día nuestros sueños se unirán"... ¿o ya se han unido?...un árbol habla y el bosque escucha. 

Viejo amigo, de esa forma, una palabra singular es conocida y perdura no sólo en el conocimiento individual, sino en el colectivo, y esa palabra, ella, no será olvidada nunca, porque siempre existirá alguien que la valore y la ofrezca de nuevo. 

No olvidar es algo muy importante. 


Sé, que te has dado cuenta...  creas sueños y a su vez los conviertes en realidad, siendo capaz de concebir puertas y abrir ventanas, por  ellas, los que no somos capaces de imaginar, igualmente nos podemos asomar. 


Ella es Madre Haya... un árbol habla y el bosque escucha.




"alas de amapola" en "The Floor", el nuevo programa de Antena 3 presentado por Manuel Fuentes.

 " alas de amapola " en   " The Floor ", el nuevo programa de Antena3 presentado por Manuel Fuentes. Mi agradecimiento a...