una pequeña mano
Amahi Mori
Una
pequeña mano salió de la niebla, me buscaba, era la de una niña pequeña, estaba perdida y sola en aquel camino del
limbo. Al verme se asustó, sintió miedo, llevaba demasiado tiempo pérdida, y
cada día se sumía más en ese lugar sin espacio, sin sentidos, sin sentimientos.
-¿Quién
eres?
-Soy
yo.
-¿Y
tú quién eres?
-¡Yo,
ya te lo he dicho!
-¿Y
quién es yo, o sea tú?
-Pues
yo, ya te lo he dicho antes. –Le contestó con una leve sonrisa.
Ella
se le quedó mirando durante unos instantes, hasta que volvió a preguntarle,
armada con más paciencia.
-¿Cómo
te llamas, cuál es tu nombre? –Le preguntó con el objeto de no dejarle ninguna
salida.
-No
tengo nombre.
¿Cómo
que no, todo el mundo tiene uno? –Le repuso, aunque su rostro evidenciaba
extrañeza y curiosidad.
-Yo
no tengo nombre.
-Eso
no puede ser posible, todo el mundo tiene un nombre.
-Ya
te lo he dicho antes, yo no tengo nombre, ¿acaso es necesario tener uno?
-Pues
claro, todo el mundo tiene uno, toda persona tiene un nombre.
-No
tengo nombre.
Ella
lo miró con atención.
-Eres
raro, no tienes nombre.
-Los
nombres para mí no son importantes, pero en cambio tú, sí.
-¿Yo?
-Sí,
tú, tú eres importante, tú eres lo importante, no tu nombre, él no dice nada de
ti, en cambio tú, tu lo dices todo de ti misma.
Su
rostro mostró una extraña mueca de incredulidad.
-No
te preocupes. –Le dijo él.
-¿De
qué? –Le contestó ella.
-De
la niebla.
Su
pequeña mano se aferró a la suya, sus
dedos se entretejieron y por primera vez sintió la calidez de la amabilidad de
quien te ofrece. Una pequeña lágrima circundó sus ojos, él no dijo nada.
-Y
si no tienes nombre, entonces ¿tú qué eres?
-Me
gusta esa pregunta.
-Soy
algo así como un come sueños.
-¿Te
comes los sueños? –Le dijo poniendo un rostro sobre articulado de extrañeza.
-¡No!,
no me los como, me los llevo.
-¿A
dónde?
-Lejos,
muy lejos, donde ellos no molesten.
-¿Y
eso dónde está?
-Curiosa
pregunta, está muy cerca de ti.
-¿Dónde
está eso?
-Eso
está junto a ti, soy yo. Yo me los llevo para que esa niebla nunca más vuelva a
molestarte.
Su
pequeño rostro evidenciaba sorpresa.
-¿Por
qué estás aquí? –Dijo en un hilo de voz.
-Porque
tú me has llamado.
-¿Yo
te he llamado?
-¡Sí!
-¿Yo
te he llamado…?
-Sí,
¿no estabas gritando en silencio entre esta niebla que te rodea y no permite
que salgas de este sitio?
Se
dio cuenta de que era exactamente lo que le sucedía.
-¡Sí!
–Dijo ella con un hilo de voz.
-Pues
por eso he venido, perdona que haya tardado tanto, en ocasiones me cuesta
escuchar vuestros gritos de ayuda.
-Pero
yo no he gritado.
-Lo
sé.
-Entonces,
¿cómo es que me has escuchado?
-Hay
algo que grita de una forma más profunda y atroz… y ella está dentro de ti.
-Y
eso qué es.
Le
contestó con una sonrisa sobre aquel rostro serio.
-Eso
es quien realmente eres tú, a ti te escucho, a tu voz… no podría.
Él
le extendió la mano, rompiendo y deshilachando la niebla… ella le tentó los
dedos en unos primeros momentos, luego se la fue agarrando poco a poco hasta
que la asió muy fuerte contra sí y terminó por abrazarse a sus piernas. Sus
ojos dejaban escapar lágrimas que recorrían sus mejillas. Una mano las recogió
y otra la abrazaba mientras una voz le susurraba muy suave al oído que ya no
tenía que tener miedo.
-¿A
dónde vamos, a dónde me llevas?
Unos
instantes de silencio.
-Fuera
de esta niebla.
-Eso
es imposible, nunca he podido salir de ella.
-Para
eso estoy aquí, tú me has llamado y por eso he venido… para sacarte de ella.
Sus
pequeños ojos redondos estaban muy abiertos, se quedaron mirando aquellos otros
que eran oscuros, muy oscuros, como cuando miras a una noche profunda y en lo
más hondo de ella ves algo…
-¿Tus
ojos son negros?
-Sí
-Son
profundos y me dan un poco de miedo…
-No
te tienen que dar miedo, no tienes que tener miedo…
-Pero
hay algo en ellos, como un pequeño punto que cambia de color, ahora marrones,
ahora verdes, luego azules, más allá rojos hasta detenerse sobre una tonalidad
violeta muy brillante.
El
silencio los acompañó durante unos pasos, pero la niña pequeña no podía dejar
de preguntar, necesitaba entender.
-¿Por
qué brillan así en lo más profundo de ellos?
-¿Lo
has visto?
-¿El
qué?
-Esa
pequeña luz que brilla.
-¡Sí!
Una
sonrisa invadió el espacio entre ambos.
-No
son mis ojos los que ves, sino los tuyos.
-¿Eso
no lo entiendo?
-Te
has visto reflejada en mí, te estabas viendo a ti misma.
-¿Y
esa pequeña luz?
-Tendrás
que descubrirla por ti misma, pero esa luz eres tú.
-¡Yo
no soy luz!
-No,
no eres luz, eres la luz, pero la tienes que descubrir tú misma… ¿vamos?
-¿Te
volveré a ver?
-Posiblemente.
-¿Cuándo?
El
silencio fue frío, se acercó, se arrodilló junto a ella y…
-Seguro
que nos veremos, pero ahora tengo que volver…
-¿A
dónde?
-Allí,
a la niebla.
-¡No!...
quédate conmigo.
-Eso
no puede ser, tengo que volver a ella, hay más personas que me llaman, he de
ayudarlas a salir de ella.
-¿Por
qué no te quedas?
-No
puedo, pero me volverás a ver, te lo prometo…
-¿Cuándo?
-Cuando
seas mayor, recuerda…. cuando seas mayor, una vez me dijiste que deseabas volar
en una nave, que en ocasiones deseabas marcharte lejos, muy lejos y huir lejos
en ella.
-Pero
eso no puede ser, eso no ha pasado.
-Pasará,
entonces te darás cuenta de que soy yo. Sólo tendrás que darme la mano y te mostraré esa niebla que
tanto te inquieta para que nunca más vuelvas a verla.
-Y
entonces ¿qué queda, qué quedará?
-Un
bello recuerdo, porque tú debes ser libre y seguir andando para vivir tu propia
vida. Despegarnos de la niebla nos inquieta, nos cuesta trabajo, nos duele, su
compañía nostálgica nos agrada, nos envuelve… pero amiga mía, ella no te deja
avanzar…y tienes que ser libre.
-¡Tengo
miedo!
-No
temas, dame la mano, andemos juntos, sonríeme, sonríe, disfruta de este pequeño
camino, de estos pocos pasos que nos quedan, siente la luz como va penetrando
en la niebla, despídete de ella y mira lo que encontrabas en mis ojos que eran
tus deseos, ahí los tienes…
Ella
le apretó la mano, se la soltó y anduvo unos pocos pasos, tras de sí estaba él
y nada más, frente a ella… un prado cubierto de pequeñas flores se extendía
sobre el horizonte, la luz atravesaba un cielo azul turquesa, intenso y
brillante, las nubes dibujaban con sus jirones efímeras figuras que corrían en
pos de los vientos.
Se
dio la vuelta, lo abrazó y salió corriendo por el prado… de repente se detuvo y
le preguntó.
-¿Qué
encontraré allí, al otro lado del prado?
-Verás
la nave con la cual has soñado escapar y alejarte de todo, es La Nave de los
Vientos, mi nave, esa por la cual me preguntarás cuando seas mayor, verás junto
a ella tu camino, síguelo, no te preocupes que no te perderás.
-Y al final ¿qué encontraré?
-Esa
pregunta no es la correcta, ya que yo sólo tengo preguntas y ninguna respuesta…
aunque esa pregunta está relacionada con el mar… y ahora soy yo quien te
pregunta… ¿el mar?
-¡No
lo sé! –Dijo con estupefacción y extrañeza.
-Tranquila,
cuando nos volvamos a ver.
Se
abrazó a sus piernas, él se agachó, ella no quería irse, sus manos se
despegaron lentamente mientras sentía que algo brotaba de ellas.
-¿Te
volveré a ver alguna vez? –Dijo con una voz entrecortada.
-No
te preocupes, ellas te acompañarán y estarán atentas a ti, en silencio.
Sus
pies avanzaban deprisa sobre las láminas verdes del prado, sus pasos se
detuvieron lentamente conforme más se acercaba a esa nave que él le mencionó,
no es que fuese muy grande, pero para ella era enorme. Lo que más le llamó la
atención era que flotaba sobre el suelo, estaba suspendida en el aire, volaba y
sus sombras jugaban con los pétalos de las flores, dejando escapar destellos
que no entendía. Su pequeña mano se posó sobre su superficie de madera y un
sonido, como cuando te abrazan muy fuerte, hizo crepitar sus cuadernas. Sus
dedos la acariciaron, mientras ellos se fundían en su interior y veía como se
transformaba a su paso en letras y colores que se extendían entre sus manos,
entre sus dedos, dando color al prado e iluminando el día. Tentaba las letras e
introducía los dedos en aquellos colores que nunca había visto, ellos poco a
poco comenzaron a transformarse en multitud de flores que extendieron sus alas
y comenzaron a volar en todas direcciones… ella, la pequeña niña, despertó de
su sueño…
Y
ahora ha vuelto a despertar…
-¡Hola!…
¿te acuerdas de mí… me das la mano y salimos de la niebla que te embarga…?
Silencio,
una lágrima habla sobre una mejilla.
-Has
vuelto.
-Sí.
-¿Por
qué?
-Porque
me has llamado, porque un día se lo prometí a una niña pequeña.
-¿Y
volverás a sacarme de la niebla?
-Sí.
-No
te preocupes, sé salir, podré salir de ella, esta no hace falta que te la
lleves.
-No,
esta no es igual que la otra, a esta la devoraré hasta destruirla, no dejaré nada
de ella, salvo un único recuerdo puro y agradable como un sueño que se olvida.
Ella
lo miraba con atención.
-¡No
has cambiado!
Su
respuesta, una sonrisa.
Amahi Mori
-¿Me
das la mano?
Una
mano asió a la otra, sus dedos se entrelazaron.
-¡Sí!
-Y
ahora… cuéntame cada una de sus letras.
Ella
comenzó a contarle en un hilo de voz, más débil que un susurro, mientras paso a
paso se alejaban de aquella niebla que él iba devorando poco a poco.
Dibujos de Amahi Mori.
Texto de Jesús López.
Gracias Amahi por ofrecernos el reflejo en el cual contemplarnos.