En una ocasión me regalaron un juego de madera con unas esferas de ágata, aunque el regalo tenía una propuesta añadida, ofrecer la solución del mismo. Dispuse cada una de las pequeñas bolas sobre su lugar, ocupando todos los agujeros del tablero a excepción del que se ubicaba en el medio. La petición, dejar sólo una al final, pero en la oquedad central... un precioso regalo con todo un desafío de por medio.
El tiempo comenzó a transcurrir, al principio no le encontraba sentido, hasta que cuando cerré los ojos, lo vi, e inicié el juego, cuarenta y cinco minutos después una pequeña esfera de ágata melada permanecía sola en el interior de un tablero de madera.
Aunque ese fue el juego que finalicé durante el día, el de la noche... fue completamente diferente.