martes, 19 de noviembre de 2019

una pequeña mano

una pequeña mano


Amahi Mori

Una pequeña mano salió de la niebla, me buscaba, era la de una niña pequeña,  estaba perdida y sola en aquel camino del limbo. Al verme se asustó, sintió miedo, llevaba demasiado tiempo pérdida, y cada día se sumía más en ese lugar sin espacio, sin sentidos, sin sentimientos.

-¿Quién eres?
-Soy yo.
-¿Y tú quién eres?
-¡Yo, ya te lo he dicho!
-¿Y quién es yo, o sea tú?
-Pues yo, ya te lo he dicho antes. –Le contestó con una leve sonrisa.

Ella se le quedó mirando durante unos instantes, hasta que volvió a preguntarle, armada con más paciencia.

-¿Cómo te llamas, cuál es tu nombre? –Le preguntó con el objeto de no dejarle ninguna salida.

-No tengo nombre.

¿Cómo que no, todo el mundo tiene uno? –Le repuso, aunque su rostro evidenciaba extrañeza y curiosidad.

-Yo no tengo nombre.

-Eso no puede ser posible, todo el mundo tiene un nombre.

-Ya te lo he dicho antes, yo no tengo nombre, ¿acaso es necesario tener uno?
-Pues claro, todo el mundo tiene uno, toda persona tiene un nombre.
-No tengo nombre.

Ella lo miró con atención.

-Eres raro, no tienes nombre.
-Los nombres para mí no son importantes, pero en cambio tú, sí.
-¿Yo?
-Sí, tú, tú eres importante, tú eres lo importante, no tu nombre, él no dice nada de ti, en cambio tú, tu lo dices todo de ti misma.

Su rostro mostró una extraña mueca de incredulidad.

-No te preocupes. –Le dijo él.
-¿De qué? –Le contestó ella.
-De la niebla.

Su pequeña mano se aferró a  la suya, sus dedos se entretejieron y por primera vez sintió la calidez de la amabilidad de quien te ofrece. Una pequeña lágrima circundó sus ojos, él no dijo nada.

-Y si no tienes nombre, entonces ¿tú qué eres?
-Me gusta esa pregunta.
-Soy algo así como un come sueños.
-¿Te comes los sueños? –Le dijo poniendo un rostro sobre articulado de extrañeza.
-¡No!, no me los como, me los llevo.
-¿A dónde?
-Lejos, muy lejos, donde ellos no molesten.
-¿Y eso dónde está?
-Curiosa pregunta, está muy cerca de ti.
-¿Dónde está eso?
-Eso está junto a ti, soy yo. Yo me los llevo para que esa niebla nunca más vuelva a molestarte.

Su pequeño rostro evidenciaba sorpresa.

-¿Por qué estás aquí? –Dijo en un hilo de voz.
-Porque tú me has llamado.
-¿Yo te he llamado?
-¡Sí!
-¿Yo te he llamado…?
-Sí, ¿no estabas gritando en silencio entre esta niebla que te rodea y no permite que salgas de este sitio?

Se dio cuenta de que era exactamente lo que le sucedía.

-¡Sí! –Dijo ella con un hilo de voz.
-Pues por eso he venido, perdona que haya tardado tanto, en ocasiones me cuesta escuchar vuestros gritos de ayuda.
-Pero yo no he gritado.
-Lo sé.
-Entonces, ¿cómo es que me has escuchado?
-Hay algo que grita de una forma más profunda y atroz… y ella está dentro de ti.
-Y eso qué es.

Le contestó con una sonrisa sobre aquel rostro serio.

-Eso es quien realmente eres tú, a ti te escucho, a tu voz… no podría.

Él le extendió la mano, rompiendo y deshilachando la niebla… ella le tentó los dedos en unos primeros momentos, luego se la fue agarrando poco a poco hasta que la asió muy fuerte contra sí y terminó por abrazarse a sus piernas. Sus ojos dejaban escapar lágrimas que recorrían sus mejillas. Una mano las recogió y otra la abrazaba mientras una voz le susurraba muy suave al oído que ya no tenía que tener miedo.

-¿A dónde vamos, a dónde me llevas?

Unos instantes de silencio.

-Fuera de esta niebla.
-Eso es imposible, nunca he podido salir de ella.
-Para eso estoy aquí, tú me has llamado y por eso he venido… para sacarte de ella.

Sus pequeños ojos redondos estaban muy abiertos, se quedaron mirando aquellos otros que eran oscuros, muy oscuros, como cuando miras a una noche profunda y en lo más hondo de ella ves algo…

-¿Tus ojos son negros?
-Sí
-Son profundos y me dan un poco de miedo…
-No te tienen que dar miedo, no tienes que tener miedo…
-Pero hay algo en ellos, como un pequeño punto que cambia de color, ahora marrones, ahora verdes, luego azules, más allá rojos hasta detenerse sobre una tonalidad violeta muy brillante.

El silencio los acompañó durante unos pasos, pero la niña pequeña no podía dejar de preguntar, necesitaba entender.

-¿Por qué brillan así en lo más profundo de ellos?
-¿Lo has visto?
-¿El qué?
-Esa pequeña luz que brilla.
-¡Sí!

Una sonrisa invadió el espacio entre ambos.

-No son mis ojos los que ves, sino los tuyos.
-¿Eso no lo entiendo?
-Te has visto reflejada en mí, te estabas viendo a ti misma.
-¿Y esa pequeña luz?
-Tendrás que descubrirla por ti misma, pero esa luz eres tú.
-¡Yo no soy luz!
-No, no eres luz, eres la luz, pero la tienes que descubrir tú misma… ¿vamos?
-¿Te volveré a ver?
-Posiblemente.
-¿Cuándo?

El silencio fue frío, se acercó, se arrodilló junto a ella y…

-Seguro que nos veremos, pero ahora tengo que volver…
-¿A dónde?
-Allí, a la niebla.
-¡No!... quédate conmigo.
-Eso no puede ser, tengo que volver a ella, hay más personas que me llaman, he de ayudarlas a salir de ella.
-¿Por qué no te quedas?
-No puedo, pero me volverás a ver, te lo prometo…
-¿Cuándo?
-Cuando seas mayor, recuerda…. cuando seas mayor, una vez me dijiste que deseabas volar en una nave, que en ocasiones deseabas marcharte lejos, muy lejos y huir lejos en ella.
-Pero eso no puede ser, eso no ha pasado.
-Pasará, entonces te darás cuenta de que soy yo. Sólo tendrás que  darme la mano y te mostraré esa niebla que tanto te inquieta para que nunca más vuelvas a verla.
-Y entonces ¿qué queda, qué quedará?
-Un bello recuerdo, porque tú debes ser libre y seguir andando para vivir tu propia vida. Despegarnos de la niebla nos inquieta, nos cuesta trabajo, nos duele, su compañía nostálgica nos agrada, nos envuelve… pero amiga mía, ella no te deja avanzar…y tienes que ser libre.

-¡Tengo miedo!
-No temas, dame la mano, andemos juntos, sonríeme, sonríe, disfruta de este pequeño camino, de estos pocos pasos que nos quedan, siente la luz como va penetrando en la niebla, despídete de ella y mira lo que encontrabas en mis ojos que eran tus deseos, ahí los tienes…

Ella le apretó la mano, se la soltó y anduvo unos pocos pasos, tras de sí estaba él y nada más, frente a ella… un prado cubierto de pequeñas flores se extendía sobre el horizonte, la luz atravesaba un cielo azul turquesa, intenso y brillante, las nubes dibujaban con sus jirones efímeras figuras que corrían en pos de los vientos.

Se dio la vuelta, lo abrazó y salió corriendo por el prado… de repente se detuvo y le preguntó.

-¿Qué encontraré allí, al otro lado del prado?

-Verás la nave con la cual has soñado escapar y alejarte de todo, es La Nave de los Vientos, mi nave, esa por la cual me preguntarás cuando seas mayor, verás junto a ella tu camino, síguelo, no te preocupes que no te perderás.

-Y al final ¿qué encontraré?

-Esa pregunta no es la correcta, ya que yo sólo tengo preguntas y ninguna respuesta… aunque esa pregunta está relacionada con el mar… y ahora soy yo quien te pregunta… ¿el mar?
-¡No lo sé! –Dijo con estupefacción y extrañeza.
-Tranquila, cuando nos volvamos a ver.

Se abrazó a sus piernas, él se agachó, ella no quería irse, sus manos se despegaron lentamente mientras sentía que algo brotaba de ellas.

-¿Te volveré a ver alguna vez? –Dijo con una voz entrecortada.
-No te preocupes, ellas te acompañarán y estarán atentas a ti, en silencio.

Sus pies avanzaban deprisa sobre las láminas verdes del prado, sus pasos se detuvieron lentamente conforme más se acercaba a esa nave que él le mencionó, no es que fuese muy grande, pero para ella era enorme. Lo que más le llamó la atención era que flotaba sobre el suelo, estaba suspendida en el aire, volaba y sus sombras jugaban con los pétalos de las flores, dejando escapar destellos que no entendía. Su pequeña mano se posó sobre su superficie de madera y un sonido, como cuando te abrazan muy fuerte, hizo crepitar sus cuadernas. Sus dedos la acariciaron, mientras ellos se fundían en su interior y veía como se transformaba a su paso en letras y colores que se extendían entre sus manos, entre sus dedos, dando color al prado e iluminando el día. Tentaba las letras e introducía los dedos en aquellos colores que nunca había visto, ellos poco a poco comenzaron a transformarse en multitud de flores que extendieron sus alas y comenzaron a volar en todas direcciones… ella, la pequeña niña, despertó de su sueño…

Y ahora ha vuelto a despertar…

-¡Hola!… ¿te acuerdas de mí… me das la mano y salimos de la niebla que te embarga…?

Silencio, una lágrima habla sobre una mejilla.

-Has vuelto.
-Sí.
-¿Por qué?
-Porque me has llamado, porque un día se lo prometí a una niña pequeña.
-¿Y volverás a sacarme de la niebla?
-Sí.
-No te preocupes, sé salir, podré salir de ella, esta no hace falta que te la lleves.
-No, esta no es igual que la otra, a esta la devoraré hasta destruirla, no dejaré nada de ella, salvo un único recuerdo puro y agradable como un sueño que se olvida.

Ella lo miraba con atención.

-¡No has cambiado!

Su respuesta, una sonrisa.

Amahi Mori

-¿Me das la mano?

Una mano asió a la otra, sus dedos se entrelazaron.

-¡Sí!
-Y ahora… cuéntame cada una de sus letras.


Ella comenzó a contarle en un hilo de voz, más débil que un susurro, mientras paso a paso se alejaban de aquella niebla que él iba devorando poco a poco.


Dibujos de Amahi Mori.
Texto de Jesús López.

Gracias Amahi por ofrecernos el reflejo en el cual contemplarnos.



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