El monstruo sabía que la niña pequeña estaba enfadada con él, pero el monstruo nunca le haría daño a la niña pequeña, siempre estaría ahí protegiéndola, aunque ella no lo viese, aunque ella no lo quisiera, él siempre estará ahí.
Ella está enfadado con él, porque el monstruo silencia sus propias palabras, las que no emite, porque él no vocaliza ninguna, las borra, las acalla... aunque nunca las olvida, ni las suyas, ni las de ella.
Cuando ella habla, sus palabras le hacen sonreír, aunque él no sabe exteriorizarlo, lo ha olvidado, hace mucho tiempo que dejó de saber hacerlo y aún más de mostrarlo en su rostro, el cual ya no tiene.
Ella sólo espera ese abrazo cálido, esa palabra amable, pero el monstruo se aleja y se silencia porque no quiere hacerle daño, y sin darse cuenta, sólo al alejarse y al silenciarse a sí mismo, el monstruo hiere y confunde a la niña pequeña, por eso ella está enfadada.
El monstruo hace tanto tiempo que no habla con nadie y aún más, que nadie lo abraza, que ha olvidado comportarse, sólo sabe proteger a quienes ama.
Lo que el monstruo no sabe, es que él sólo necesita una cosa, un abrazo de esos que no se piden... aunque la niña pequeña también necesita otro.
Ahora la niña pequeña duerme, mientras el monstruo vela la noche y sus sueños, ni él ni ella lo saben, pero el monstruo nunca dejará de protegerla.