El bosque nos arrastra por senderos no marcados sobre ningún mapa. La luz, el olor y los sentidos se concentran en ese momento al atardecer, en el cual los viejos abetos miran hacia el horizonte. En esos instantes te das cuenta que te encuentras entre árboles centenarios que nos guían a través de un relato que desean que sea contado. El viento se levanta y vuelves a escuchar ese sonido leve y sostenido que el aire arrastra hacia la línea de las primeras luces de la noche.
La mano se extiende sobre la imagen de una superficie blanca y el boceto de ese sueño se convierte en las primeras letras.
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