A unos 540 kilómetros del lugar donde se trazaron sus secretos, un libro coquetea conmigo desde mi estantería.
Le miro, pues ya nos conocemos, y le prometo una visita, mil miradas y una reseña que sin tener yo conocimientos antropológicos, irá cargada de sinceridad.
Y pienso acariciando su suave lomo, quién consigue que un pueblo se promocione, se huela, se escuche y te abrace sin pisar sus suelos blancos y empedrados.
Ay amigo!! Me digo, sólo pueden hacerlo los escritores, que bajo la luna o escondidos en aljibes sudan leyendas que vibran.
Lo logran las personas que decidieron escuchar a un José Domínguez ( una historia preciosa la suya) entre chimenea y mesa camilla o a otras gentes con algo que contar de su amado pueblo.
Dicho esto, recomiendo ya este libro.
Escucharás en la noche una máquina que cose sola tejiendo asombros, un piano cuyas teclas retumban misterio, una calle de ojos infinitos o el llanto de un niño pintando ecos espectrales...
Pero también sabrás de Juanillo el oso y sus ojos sinceros tras un pelaje de soledad, a Bañuelo y Cañuelo riendo por ti y a mujeres esperando el amor en lo alto de una iglesia o con los pies en el arroyo.
No puedo mandarte Jesús López un ave con mis palabras hasta el campanario, mi instrumentalidad me lleva hacerlo de manera menos romántica, pero igual de eficaz.
Sin embargo, quizá cuando alguna noche escuches a la rana y al grillo dialogar entre ellos, también descubras un tercer escalón hecho de piedra.
Allí, una mujer lee rodeada de tus fantasmas, duendes, ánimas y criaturas fantásticas. Será una teletransportación de las muchas que yo ya he sufrido, las que produce escritor y lector cuando presionan sentimientos.
Has logrado que se conozca Setenil de la mejor manera posible: haciendo escuchar el roce de sus vientos y árboles.
Lo dice una madrileña que sin conocer Setenil, ha respirado sus rincones con su inefable hechizo...