Un tren viejo y oxidado, que aún mantenía los vagones descarrilados y aplastados unos sobre otros, no terminaba de detenerse nunca. Aunque el avance era inapreciable, la gente no se detenía y de forma continuada se podía observar como aquellas criaturas subían y bajaban según su necesidad. Besos de despedida, abrazos, indiferencia y algún que otro adiós, del mismo modo que otros se saludaban convulsivamente ante la llegada de un tren que ciertamente nunca ha llegado porque nunca partió.
Mi agradecimiento por las imágenes de la que es posiblemente la estación más bella del mundo.
¡Qué ganitas de disfrutar de ese nuevo libro Jesús!
ResponderEliminarBesos:D
Muy pronto Margarita, con la venida de la primavera.
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