martes, 15 de octubre de 2019

el petirrojo


Recuerda la historia, algo que cuentan y que se ha convertido en leyenda.

Quieres escucharla, acércate y te la contaré, aún puedo recordarla y si alguna palabra me falta, no te preocupes, el bosque nos la susurrará.

Era invierno... mientras recorríamos el camino, perdona, no nos hemos presentado, estamos nosotros, la pequeña libélula de color carmesí y yo, nuestros nombres, ellos no son importantes para esta historia. El espacio a recorrer estaba teñido de un aroma muy particular, como si alguien con un pincel muy fino lo hubiese impregnado con pinceladas de preticor, aromas y colores ocres sobre superficies blancas. Pequeñas figuras de hielo se arremolinaban a nuestro alrededor, la pequeña libélula jugaba con ellas, buscaba una, me traía otra y al final, siempre encontraba otra distinta a todas las demás, una pequeña figura de hielo única, diferente a sus hermanas.

El cielo azul tenía una tonalidad e intensidad metálica, mientras pequeñas hilachas blancas corrían por él, como quien escribe notas de música en el aire, para que el sonido de todos los instrumentos de la orquesta, al final, evoquen una única voz. Eso es lo que estaba sucediendo. La pequeña libélula, se detuvo por unos instantes, sus ojos no dejaban de mirar ese espacio infinito que la rodeaba, ese espacio que es su hogar, aunque en esta ocasión buscó mi mano. Se posó sobre ella en busca de una mano amiga, que siempre estuviera ahí, firme y sin preguntas. Se hundió entre mis dedos, buscando calor y yo la puse cerca de mi pecho, para que siempre tuviera el calor que ella, pequeña, necesitaba, al tiempo que sus ojos siempre atentos, encontrasen aquello que yo no podía ver.

Así que proseguimos nuestro camino, pero ella, ya me lo había anunciado sin palabras, el cielo, aquel mismo cielo, se fue entretejiendo en silencio, sin prisas, ofreciéndonos todas y cada una de sus pinceladas, mientras que la partitura que próximamente iba a ser interpretada se estaba componiendo. La pequeña libélula no dejaba de susurrarme con su mirada que los cielos se estaban cerrando, que los vientos arrastraban los pequeños copos de nieve, que bajaban flotando tan lentamente que semejaban como cuando una hoja cae en el otoño y se entretiene en su caída en hablar con todas y cada una de sus hermanas.

La bóveda del lienzo ahora permanecía en blanco, como quien espera nuevas pinceladas que crean sobre su superficie un nuevo paisaje, un nuevo espectáculo. El cielo estaba blanco, como la primera imagen de un cuadro. Las nieblas descendieron y cubrieron las altas cumbres y las copas de los árboles del bosque. En aquella composición, pequeñas notas de color blanco lo seguían inundando todo.
Unos ojos siguieron una nota pendida sobre aquel pentagrama, una nota de color naranja sobre un pentagrama blanco de líneas sombreadas por vetustos árboles del bosque vestidos de verde. Aquella voz ya la conocíamos, a unas alas grises de tonalidades pardas se le unieron otras transparentes, el vuelo fue vertiginoso, dos grandes amistades se habían reencontrado en la profundidad de este cuadro, una libélula y un petirrojo.
Su voz me traía palabras entrecortadas que no entendía, aquella pequeña silueta naranja sobre un fondo blanco que cada vez más se iba extendiendo más y más, emitía una canción que no entendía. Sus palabras se entonaban para mí tan rápidas que sólo supe escuchar un bello trino. La pequeña libélula la apaciguó, su vuelo tranquilizó el corazón de la voz del petirrojo y las letras se ordenaron en mi mente, las palabras comenzaron a ser entendidas... él necesitaba ayuda. El gorjeo ahora era más pausado, las letras que me faltaban rápidamente las introducía la libélula y si me faltaba alguna palabra, ella era incluida por los sabios abetos del bosque.

El petirrojo no pedía por él, alguien pedía una voz amiga, alguien necesitaba no escucharse a si misma. Alzamos su voz y ella alcanzó a los árboles del bosque, así que el aire comenzó a soplar cada vez con más fuerza, el viento arrastraba la nieve y su aliento era tan fiero que estremecía las ramas de los árboles. La voz del petirrojo fue suspendida entre las hojas de los árboles y el viento se las llevó con fuerza a lo más profundo del otoño.

En otro lugar... unos ojos de mujer miraban un espacio vacío, un lienzo sin nada. Bajo la luz del sol, un frío recorrió las calles. El cielo fue surcado por notas que arrastraban vientos gélidos llenos de palabras que exhalaban nubes. Ese espacio vacío se convirtió en un lienzo frío de densos cúmulos, un aroma frío a tierra mojada, a nieve, a un día más, le inundó su mente, su alma. El aire frío suspendía como una brisa la sutil nota naranja de un petirrojo. Sus ojos escucharon aquella nota de color, mientras la libélula llevaba cada una de las notas, cada una de las palabras, cada una de las imágenes, desde aquí a aquel lugar que no podíamos ver.

Un pequeño petirrojo se posó sobre el árbol del jardín y siguió hablándole a aquellos ojos que lo miraban, desde entonces, una sonrisa se descubre en el rostro de quien le pidió ayuda al aire y el aire, a su vez, a otro petirrojo.

Desde entonces, ella ya no está sola, sus ojos encuentran en el lienzo pintado, el trino y la voz de la palabra de quien le ofrece una amistad sincera.

El petirrojo se vuelve a posar sobre los árboles del patio, ella le sonríe.


Y nosotros permanecemos, un rayo de luz y unos copos de nieve blancos nos traen esa mirada que sólo es capaz de ofrecer tu sonrisa. La nieve cae, el gélido invierno se adentra en el otoño y la libélula, el petirrojo y quien escribe esta historia se adentran en lo más profundo del bosque.

Gracias Olga por pedirme que te escribiese un relato, 
deseo que sea de tu agrado.

2 comentarios:

  1. Como cada historia a la que das aliento, toma vida propia. Besos Jesús :D

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