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viernes, 13 de septiembre de 2019

las pinceladas de la libélula


Intentaba escribir algo sobre esa página en blanco, pero ni el lápiz me ofrecía letras ni la pequeña lámpara, esa que me miraba con su único ojo, lograba que encontrase palabras escondidas en esa superficie que guarda dentro de ella todos los textos que están aún por trazarse, como caminos sobre la piel. Su luz amarillenta se extendía sobre el pequeño espacio de la mesa y se venía a entrelazar entre mis dedos, creando juegos de luces y sombras.

La luz del patio entraba a través de una pequeña puerta de cristal entreabierta, pero lo que me llamó realmente la atención fueron aquellos dos pequeños ojos que se asomaban como si quisieran no ser vistos, se asomaba una vez y otra... hasta que terminé por levantarme, y al acercarme con cuidado, pude verla, era ella, la pequeña libélula. Se posó un instante sobre la punta de mi dedo y me miró muy atentamente con sus inconmensurables ojos negros, el brillo que me ofrecían los tuve que seguir, porque rápidamente salió volando y tras unos giros imposibles se detuvo sobre el lápiz. Su mirada se hizo penetrante, sus alas se comenzaron a mover, al principio muy lentamente, hasta que pudo alzar el vuelo, pero esta vez era suave, detenido, como si bailase con las nubes, aunque sus pequeñas patas volvieron a ofrecerme una imagen sobre el lienzo en blanco del papel. Su cuerpo granate ofrecía destellos que permitían ver lo que estaba dibujando, lo que estaba escribiendo, el pequeño dibujo era sutil, apenas visible.

El lápiz y el pincel los posó sobre ese mar de nubes en calma, superficie tersa que espera que le den color. No me dejó decirle nada.

Volvió al patio, estaba de nuevo allí, tranquila, volando de aquí para allá, y mostrando sus pequeños ojos a través de los cristales, se asomaba curiosa, como cuando la infancia te mira y aparece de forma curiosa y entrañable.

Pero, mientras intentaba escribir, mi mirada se me escapaba y la seguía, al principio se asomaba, pero posteriormente desaparecía durante unos instantes para volver a aparecer con sus pequeños ojos expectantes. Y como en un juego de niñas y niños, el silencio evidencia travesuras, no me dio tiempo a levantarme para espiarla entre visillos, sus ojos volvían a asomarse, disimulé lo mejor que pude y el silencio nos rodeo. Yo aparentando que mi mente se llenaba de letras y mi mano de palabras, y ella, la libélula, seguía volando tranquila y con disimulo, hasta que un pequeño reflejo naranja invadió mi rabillo del ojo.

Tras aquella pincelada naranja le prosiguió otra blanca, amarilla, cobre... mis ojos quedaron abiertos, muy abiertos sobre aquella extraña escena que se estaba desarrollando tras el cristal de la puerta en el interior del patio. Y como si fuera una pecera, aquellos peces que vivieron en aquel estanque hoy vacío, volvieron a nadar, detrás de la pequeña libélula granate, sus destellos metálicos nadaban  dentro de ese ambiente a tierra mojada. Me miraban con sus pequeños ojos oscuros y mirada intensa entre escamas metálicas que lucían bajo la luz de una mañana azul, sus pequeñas bocas me volvían a ofrecer esas vocales que les enseñe, una pequeña "a" y una enorme "o".

La libélula volaba entre ellos, y juntos nadaban de aquí para allá, la pequeña libélula y los peces de vivos colores, jugaban sin descanso en una amistad que me ofreció una primera letra con la cual poder empezar a escribir.

viernes, 30 de agosto de 2019

El viento se levanta ente "los contadores de sueños"

Ricardo Reina Martel

El viento se levanta, miramos hacia detrás y percibimos que aún no ha concluido nuestra historia. Intuimos que aún hay vida por delante y que tenemos historias que contar, que nos quedaremos cortos y que pertenecemos a un linaje muy antiguo que han conseguido hacer mejor este mundo; los contadores de sueños, aquellos que tenemos el don de convertir la fantasía en realidad.

alguien le dice...
Gracias a "los contadores de sueños", aquellos que tenéis el don de convertir la fantasía en realidad... Sí, vuestro linaje es muy peligroso en el mundo actual, gracias por estar siempre ahí.

él le contesta...
Más peligroso de lo que pensamos, abrimos mundos, abrimos puertas...

Texto de Ricardo Reina Martel

A lo largo de estos cortos caminos de nuestras existencias, nos encontramos con personas, que no sólo viven una vida, sino que coexisten con varias a la vez. Si llegas a percatarte de ello, esto no será lo más sorprendente, ya que si realmente los ves y los sientes, tal vez puedas llegar a conocer a uno de ellos, tal vez. Porque igualmente ahora puedes descubrir que pertenecen a ese grupo especial de personas que son capaces de convertir lo que tradicionalmente conocemos como fantasía en nuestra propia realidad y aquel a quien percibimos con el nombre de Ricardo, es una de esas personas que pertenecen a la estirpe de "los contadores de sueños". Él es una persona justa, por eso puede convertir nuestras fantasías y crearlas en la realidad de nuestro día a día.

Si no tienes sueños y encuentras a un@ de ell@s, sigue su camino.


Cartas a Thyrsá es una puerta... ¿te atreverás 


a cruzar su umbral


y saltar a tu libertad?

Cartas a Thyrsá es una puerta... ¿te atreverás a cruzar su umbral y saltar a tu libertad?

lunes, 26 de agosto de 2019

azul

¿a qué huele el color azul?



No hace mucho una niña me preguntó...
- ¿A qué huelen los colores?
No esperó mi contestación y estuvo contándome a que huelen los colores.

Ahora, ella nos pregunta... - ¿qué fragancia tiene el color azul?

sábado, 17 de agosto de 2019

la creadora de sueños

Erase una vez una medusa transparente y suave a la que le gustaba danzar con la sal y la vida. Pero en su corazón añoraba conocer qué había sobre el fondo del mar.

Pidió un deseo y le fue concedido.

Su cuerpo se hizo fuerte y sus hijos tejieron velas, pensó que iba a flotar y así fue.

Hasta que un día, vio una gaviota pasar, sus velas se cubrieron de plumaje y su cuerpo se hizo cálido. El mar se transformó en cielo y la blanca espuma en nubes... y voló...


Margarita Hans
Escritora

(sanguina 30x40)

Gracias Margarita.
Texto de Margarita Hans, escritora.
Dibujo de Jesús López, escritor.

miércoles, 24 de julio de 2019

La cabeza de la sardina.




La cabeza de la sardina.

   La cabeza de la sardina no la hemos encontrado por mucho que me he afanado en el cometido y por mucho que la haya buscado, perdonad, hablando con algo más de propiedad, perdona sardina.

   El primer sitio en analizar profusamente fue en la lata, por más vueltas que le di, no la encontré. Miré entre sus líneas curvas, vacié todo el aceite que llenaba su interior, retiré con esfuerzo titánico la tapa y no encontré ninguna pista de ti. En un pequeño rincón, un conjunto de signos mostraban un código y una fecha, ya tenía algo que seguir, porque el cartón que lo cubría no sé cuando se despegó.

   Tomé el teléfono y comencé a consultar con lentitud, tenía que encontrar dónde fue hecha la lata, las personas del otro lado de la línea me escuchaban con perplejidad, mientras el calor iba ascendiendo, el viejo teléfono de baquelita que todavía colgaba de la pared de la habitación de este viejo edificio, sí, todavía funciona, por si alguien se lo pregunta.

   Las respuestas eran rápidas, aunque el argumento primario era lento y triste, buscaba a la sardina.

   Las preguntas se sucedían, los códigos también y de dicha forma, iban quedando menos empresas a las que preguntar.

   Al final, el último teléfono, la última empresa y el último argumento y por respuesta una confirmación positiva. La lata les pertenecía, insistieron mucho en si era un problema sanitario y creo que no entendieron muy bien que estuviese buscando la cabeza de una sardina. Pero fueron amables, me dieron su dirección, el nombre de la empresa y cerramos una cita en “La sardina” situada en la calle de la Sardina sin número. Coincidencias o poco imaginativos, me dispuse a ir de forma inmediata en su búsqueda.

Antes de salir de mi casa, me doy cuenta de que el aire sigue oliendo a rancio, salgo de ella y me interno en esa garganta caliente que ahora me expele como un vómito. La voy atravesando, el interior de ese gaznate se encuentra igual que un horno y voy acompañando con parsimonia esa bocanada ardiente y agria que el pasillo quiere escupir desde su más profundo interior. Alcanzo el vano de la puerta del portal, me vuelven a sonreír los barrotes de la puerta de cristal con su boca desencajada. Las parrillas verticales de los edificios me ofrecen de nuevo sus viandas y el postre ya se encuentra servido, me doy cuenta de que no he comido todavía y él se está derritiendo literalmente entre acera y acera. El asfalto queda como un único sabor no deseado, ni antes ni ahora, no por su regusto, sino porque se ha derretido completamente y sigue chorreando calle abajo. Me di cuenta de que me encontraba de nuevo andando por la calle, ella seguía igual de desierta y sólo nos acompañaba el sórdido calor del estío, él no había variado mucho, dejando mudas a las cigarras que no existían y que nos permitían que el calor nos fuese abrasando lentamente.

Llego a él, mis dedos dejan su huella sobre la manilla de la puerta. Cada una de las huellas de los dedos se quedaron literalmente impregnadas sobre ella, en total, cinco yemas. Conseguí abrir la puerta del vehículo, el interior exhaló el calor de un horno precalentado y su más profunda intimidad guardaba cada partícula de él, el calor era asfixiante y encontraba el habitáculo del vehículo distinto, como un cuadro surrealista de ese pintor en el que los objetos se derretían, pues de esa misma forma se encuentra el alma efímera del coche, difuminado, vahído, todo cae como entristecido.
Salgo de él y observo como las ruedas se han fundido junto con el asfalto y ambos fluyen lentamente calle abajo. Sin ningún tipo de prisa me interno en las calles solitarias y ardientes de la ciudad.

   El viaje fue largo, aunque todo se hace eternamente dilatado bajo el abrasador calor del estío. Allí estaba la fábrica de conservas, el logotipo no dejaba lugar a la duda, ya que era una enorme sardina. Al entrar en ella el calor desapareció de repente, un frío agradable, al igual que gélido comenzó a acompañarme. Me atendieron con amabilidad, les enseñé la lata, la observaron con detenimiento, y en las oficinas, donde el frío era glacial, me indicaron que la sardina había perdido la cabeza una vez embarcada, ya que había sido extraída, una vez subida a bordo, era el protocolo… y hubo una pausa… sí, la cabeza había sido devuelta al mar. Y esta vez no me dejaron preguntar de nuevo, me dieron la localización aproximada y el nombre del barco «Sardina», curioso nombre para un barco.

   Le di las gracias y dejé atrás el que fue el hogar de mi amiga durante un corto espacio de tiempo. Así que me embarqué, una barca y dos remos. Empezando a remar, aunque tuve que cambiar el rumbo ya que llegué a los indómitos mares de La isla Arán y seguidamente también a El viejo y el mar, gracias a sus indicaciones alcancé de nuevo la costa y comencé a llamarla por su nombre «sardina».

   Mucho fue el empeño y ninguna la respuesta obtenida. Remé y remé, hasta que arribé a unas orillas, allí me quedé pensativo frente a la orilla del mar, y allí, sin buscarla, la cabeza de la sardina apareció ante mis pies. Ella me miraba a mí y yo a ella, aunque las cuencas de sus ojos estaban vacías, ella me miraba. Me di cuenta de que tenía que buscar su cuerpo, así fue, me encontraba ya junto al mar en donde la hice sin querer, medio libre.

   Allí estaba su cuerpo, dando vueltas, vueltas y más vueltas sin parar. La llamé y dejé lentamente su cabeza en el agua. El encuentro fue emotivo, por fin se encontraban, por fin ya era una sardina, aunque también era la última sardina, porque todas las demás ya han sido pescadas y ahora ella deambula solitaria por un mar vacío, pues todos los peces han sido extraídos de las entrañas del mar y servidos sobre alguna lata con o sin cabeza.

   El mar yace desierto con la única vida de una sardina, y yo, yo volví a mi casa, aunque en esta ocasión no encontré nada de comer.



No tenía nada para almorzar y me quedé 
con el recuerdo de la lata de sardinas.

sábado, 20 de julio de 2019

La sardina

La sardina


La podemos leer de una manera:

     Era lo que había encontrado, una sardina, ella intentaba mirarme pero no podía, porque no tenía cabeza, la miraba y apenas rellenaba el plato, la dispuse sobre el mismo, apenas lo cubría. Era todo lo que tenía para almorzar, aunque aquella opípara pitanza la acompañé de un vaso de agua, que mantenía la misma temperatura de las calles de la ciudad, mientras vivía este estío.

O la podemos leer de otra  manera:

     Me encontraba andando por la calle, ella estaba desierta y sólo nos acompañaba el sórdido calor del estío, dejando mudas a las cigarras que no existían y que nos iba abrasando lentamente. Las parrillas verticales de los edificios nos ofrecen sus viandas y el postre ya se encuentra servido, se está derritiendo literalmente entre acera y acera, el asfalto queda como un único sabor no deseado, no por su regusto, sino porque se ha derretido y chorrea calle abajo.

     Alcanzo el vano de la puerta del portal, me sonreían los barrotes de la puerta de cristal con su boca desencajada, la abro y una bocanada ardiente se expele del interior de su garganta igual que un horno. Lo cruzo mientras me desea engullirme lentamente, entro en mi casa y el aire caliente huele a rancio. Las paredes arden, el aire es irrespirable y sin dilación busco en la cocina un vaso, el grifo escupe un líquido mugriento pseudotransparente, lo dejo a un lado rápidamente y busco algo para comer, el hambre me invade.

     Comencé a buscar por los armarios superiores, nada, me interné en los inferiores, no encontraba absolutamente nada. La nevera, idea olvidada y revolucionaria, vino a mi mente, la abrí con esperanza y ella me ofreció un espacio abierto, silencioso y sin emociones. El frío no existía en su cuerpo y el calor nunca la había abandonado. Sólo me quedaban los cajones, rebusqué uno a uno, hasta que un pequeño ruido... no, era un tenedor, sólo era eso. Pero el sonido persistía, balanceé el cajón hasta que una pequeña caja plateada se asomó a saludarme. No decía nada, pero yo lo escuchaba todo, era una lata de sardinas. Era lo único que tenía para almorzar, así que me dispuse a preparar la mesa, sobre un mantel ya raído coloqué el tenedor, el vaso de agua que anteriormente me había servido y que seguía igual de caliente. Un plato de cristal permanecía donde siempre, donde sólo estaba mi único plato, lo dispuse sobre la mesa y acerqué la lata de sardinas. La abrí, un  olor a sardinas invadió el espacio circundante, cálido, aceitoso y nada más. Yo la miré a ella y ella me miró a mí, aunque yo podía hacerlo porque no tenía cabeza.
     Estaba sola y no era muy grande, igualmente se había comido a sus hermanas en la espera, no la dejé pensar mucho tiempo, la dispuse en soledad sobre el plato. Todo estaba preparado para tomar el almuerzo del día. Y ahora, sólo quedamos ella y yo.


     Yo y la sardina.

     Nunca sabré de los mares que cruzó, de los viajes con sus hermanas, de sus deseos bajo las frías aguas oceánicas, del color de su piel bajo el agua, del reflejo de sus escamas y... de los sueños de cualquier pez.
     El mar se disipa con las imágenes y ella queda ahí, esperándome con esperanza. La tomo con delicadeza, la dispongo en la que fue su ataúd y hacemos un largo viaje, ella y yo.
     He llegado, hemos llegado, saco la lata y la inclino para que pueda ver, aunque no tenga cabeza, las olas, las aguas del mar, y me acerco a la orilla dejándola libre. Ella cae con indecisión, pero ahora, ella ya es libre, la sardina ya es libre.


"alas de amapola" en "The Floor", el nuevo programa de Antena 3 presentado por Manuel Fuentes.

 " alas de amapola " en   " The Floor ", el nuevo programa de Antena3 presentado por Manuel Fuentes. Mi agradecimiento a...