miércoles, 31 de julio de 2019

...los deseos no envejecen... cuál es tu palabra...


...los deseos no envejecen...

...los deseos no envejecen, eso me lo enseñaste, sobre un horizonte que nunca volverá porque ninguno es igual, pienso en cómo he vivido mi tiempo y ahora no quiero perder ningún instante, ningún deseo más. Los deseos no envejecen, eso me lo enseñaste, y ahora he descubierto que mi único deseo... 

...te has dado cuenta, te han sonreído, han soñado con las imágenes de tus sueños, de tus deseos, de tus anhelos... te has dado cuenta, hasta la pequeña que se encuentra en otras tierras se ha acordado... no viste sus ojos y sus preguntas anhelantes... cierra los ojos y te percatarás de que no hay que tener miedo...

...porque hay un secreto, los deseos no envejecen...

...y ahora, cuál es tu palabra...

martes, 30 de julio de 2019

miércoles, 24 de julio de 2019

La cabeza de la sardina.




La cabeza de la sardina.

   La cabeza de la sardina no la hemos encontrado por mucho que me he afanado en el cometido y por mucho que la haya buscado, perdonad, hablando con algo más de propiedad, perdona sardina.

   El primer sitio en analizar profusamente fue en la lata, por más vueltas que le di, no la encontré. Miré entre sus líneas curvas, vacié todo el aceite que llenaba su interior, retiré con esfuerzo titánico la tapa y no encontré ninguna pista de ti. En un pequeño rincón, un conjunto de signos mostraban un código y una fecha, ya tenía algo que seguir, porque el cartón que lo cubría no sé cuando se despegó.

   Tomé el teléfono y comencé a consultar con lentitud, tenía que encontrar dónde fue hecha la lata, las personas del otro lado de la línea me escuchaban con perplejidad, mientras el calor iba ascendiendo, el viejo teléfono de baquelita que todavía colgaba de la pared de la habitación de este viejo edificio, sí, todavía funciona, por si alguien se lo pregunta.

   Las respuestas eran rápidas, aunque el argumento primario era lento y triste, buscaba a la sardina.

   Las preguntas se sucedían, los códigos también y de dicha forma, iban quedando menos empresas a las que preguntar.

   Al final, el último teléfono, la última empresa y el último argumento y por respuesta una confirmación positiva. La lata les pertenecía, insistieron mucho en si era un problema sanitario y creo que no entendieron muy bien que estuviese buscando la cabeza de una sardina. Pero fueron amables, me dieron su dirección, el nombre de la empresa y cerramos una cita en “La sardina” situada en la calle de la Sardina sin número. Coincidencias o poco imaginativos, me dispuse a ir de forma inmediata en su búsqueda.

Antes de salir de mi casa, me doy cuenta de que el aire sigue oliendo a rancio, salgo de ella y me interno en esa garganta caliente que ahora me expele como un vómito. La voy atravesando, el interior de ese gaznate se encuentra igual que un horno y voy acompañando con parsimonia esa bocanada ardiente y agria que el pasillo quiere escupir desde su más profundo interior. Alcanzo el vano de la puerta del portal, me vuelven a sonreír los barrotes de la puerta de cristal con su boca desencajada. Las parrillas verticales de los edificios me ofrecen de nuevo sus viandas y el postre ya se encuentra servido, me doy cuenta de que no he comido todavía y él se está derritiendo literalmente entre acera y acera. El asfalto queda como un único sabor no deseado, ni antes ni ahora, no por su regusto, sino porque se ha derretido completamente y sigue chorreando calle abajo. Me di cuenta de que me encontraba de nuevo andando por la calle, ella seguía igual de desierta y sólo nos acompañaba el sórdido calor del estío, él no había variado mucho, dejando mudas a las cigarras que no existían y que nos permitían que el calor nos fuese abrasando lentamente.

Llego a él, mis dedos dejan su huella sobre la manilla de la puerta. Cada una de las huellas de los dedos se quedaron literalmente impregnadas sobre ella, en total, cinco yemas. Conseguí abrir la puerta del vehículo, el interior exhaló el calor de un horno precalentado y su más profunda intimidad guardaba cada partícula de él, el calor era asfixiante y encontraba el habitáculo del vehículo distinto, como un cuadro surrealista de ese pintor en el que los objetos se derretían, pues de esa misma forma se encuentra el alma efímera del coche, difuminado, vahído, todo cae como entristecido.
Salgo de él y observo como las ruedas se han fundido junto con el asfalto y ambos fluyen lentamente calle abajo. Sin ningún tipo de prisa me interno en las calles solitarias y ardientes de la ciudad.

   El viaje fue largo, aunque todo se hace eternamente dilatado bajo el abrasador calor del estío. Allí estaba la fábrica de conservas, el logotipo no dejaba lugar a la duda, ya que era una enorme sardina. Al entrar en ella el calor desapareció de repente, un frío agradable, al igual que gélido comenzó a acompañarme. Me atendieron con amabilidad, les enseñé la lata, la observaron con detenimiento, y en las oficinas, donde el frío era glacial, me indicaron que la sardina había perdido la cabeza una vez embarcada, ya que había sido extraída, una vez subida a bordo, era el protocolo… y hubo una pausa… sí, la cabeza había sido devuelta al mar. Y esta vez no me dejaron preguntar de nuevo, me dieron la localización aproximada y el nombre del barco «Sardina», curioso nombre para un barco.

   Le di las gracias y dejé atrás el que fue el hogar de mi amiga durante un corto espacio de tiempo. Así que me embarqué, una barca y dos remos. Empezando a remar, aunque tuve que cambiar el rumbo ya que llegué a los indómitos mares de La isla Arán y seguidamente también a El viejo y el mar, gracias a sus indicaciones alcancé de nuevo la costa y comencé a llamarla por su nombre «sardina».

   Mucho fue el empeño y ninguna la respuesta obtenida. Remé y remé, hasta que arribé a unas orillas, allí me quedé pensativo frente a la orilla del mar, y allí, sin buscarla, la cabeza de la sardina apareció ante mis pies. Ella me miraba a mí y yo a ella, aunque las cuencas de sus ojos estaban vacías, ella me miraba. Me di cuenta de que tenía que buscar su cuerpo, así fue, me encontraba ya junto al mar en donde la hice sin querer, medio libre.

   Allí estaba su cuerpo, dando vueltas, vueltas y más vueltas sin parar. La llamé y dejé lentamente su cabeza en el agua. El encuentro fue emotivo, por fin se encontraban, por fin ya era una sardina, aunque también era la última sardina, porque todas las demás ya han sido pescadas y ahora ella deambula solitaria por un mar vacío, pues todos los peces han sido extraídos de las entrañas del mar y servidos sobre alguna lata con o sin cabeza.

   El mar yace desierto con la única vida de una sardina, y yo, yo volví a mi casa, aunque en esta ocasión no encontré nada de comer.



No tenía nada para almorzar y me quedé 
con el recuerdo de la lata de sardinas.

sábado, 20 de julio de 2019

La sardina

La sardina


La podemos leer de una manera:

     Era lo que había encontrado, una sardina, ella intentaba mirarme pero no podía, porque no tenía cabeza, la miraba y apenas rellenaba el plato, la dispuse sobre el mismo, apenas lo cubría. Era todo lo que tenía para almorzar, aunque aquella opípara pitanza la acompañé de un vaso de agua, que mantenía la misma temperatura de las calles de la ciudad, mientras vivía este estío.

O la podemos leer de otra  manera:

     Me encontraba andando por la calle, ella estaba desierta y sólo nos acompañaba el sórdido calor del estío, dejando mudas a las cigarras que no existían y que nos iba abrasando lentamente. Las parrillas verticales de los edificios nos ofrecen sus viandas y el postre ya se encuentra servido, se está derritiendo literalmente entre acera y acera, el asfalto queda como un único sabor no deseado, no por su regusto, sino porque se ha derretido y chorrea calle abajo.

     Alcanzo el vano de la puerta del portal, me sonreían los barrotes de la puerta de cristal con su boca desencajada, la abro y una bocanada ardiente se expele del interior de su garganta igual que un horno. Lo cruzo mientras me desea engullirme lentamente, entro en mi casa y el aire caliente huele a rancio. Las paredes arden, el aire es irrespirable y sin dilación busco en la cocina un vaso, el grifo escupe un líquido mugriento pseudotransparente, lo dejo a un lado rápidamente y busco algo para comer, el hambre me invade.

     Comencé a buscar por los armarios superiores, nada, me interné en los inferiores, no encontraba absolutamente nada. La nevera, idea olvidada y revolucionaria, vino a mi mente, la abrí con esperanza y ella me ofreció un espacio abierto, silencioso y sin emociones. El frío no existía en su cuerpo y el calor nunca la había abandonado. Sólo me quedaban los cajones, rebusqué uno a uno, hasta que un pequeño ruido... no, era un tenedor, sólo era eso. Pero el sonido persistía, balanceé el cajón hasta que una pequeña caja plateada se asomó a saludarme. No decía nada, pero yo lo escuchaba todo, era una lata de sardinas. Era lo único que tenía para almorzar, así que me dispuse a preparar la mesa, sobre un mantel ya raído coloqué el tenedor, el vaso de agua que anteriormente me había servido y que seguía igual de caliente. Un plato de cristal permanecía donde siempre, donde sólo estaba mi único plato, lo dispuse sobre la mesa y acerqué la lata de sardinas. La abrí, un  olor a sardinas invadió el espacio circundante, cálido, aceitoso y nada más. Yo la miré a ella y ella me miró a mí, aunque yo podía hacerlo porque no tenía cabeza.
     Estaba sola y no era muy grande, igualmente se había comido a sus hermanas en la espera, no la dejé pensar mucho tiempo, la dispuse en soledad sobre el plato. Todo estaba preparado para tomar el almuerzo del día. Y ahora, sólo quedamos ella y yo.


     Yo y la sardina.

     Nunca sabré de los mares que cruzó, de los viajes con sus hermanas, de sus deseos bajo las frías aguas oceánicas, del color de su piel bajo el agua, del reflejo de sus escamas y... de los sueños de cualquier pez.
     El mar se disipa con las imágenes y ella queda ahí, esperándome con esperanza. La tomo con delicadeza, la dispongo en la que fue su ataúd y hacemos un largo viaje, ella y yo.
     He llegado, hemos llegado, saco la lata y la inclino para que pueda ver, aunque no tenga cabeza, las olas, las aguas del mar, y me acerco a la orilla dejándola libre. Ella cae con indecisión, pero ahora, ella ya es libre, la sardina ya es libre.


sábado, 6 de julio de 2019

...ella pinta el mar de azul...

...ella estaba reclinada sobre la orilla, haciendo algo que nadie parecía percibir, que nadie veía... ella estaba pintando el mar y nadie la veía...


...las sombras de mi mano caen sobre las tuyas y al rozar tus dedos, al tentar tu piel, se transforman. Ellas son dos hojas del viejo olmo, me miras y me disipo, por unos instantes te preguntaste quien soy, sólo el viento que trae el sueño del recuerdo de un viejo amigo, y yo, yo me quedo viendo el alma de aquellos ojos que por un instante me vieron y quedan pintando el mar de azul.

Me llevaban, mis hermanas me arrastraban entre suspiros y torbellinos, sin dejar de ver lo más profundo de sus ojos. Mi alma se desgarraba y tú alargaste el brazo y con la punta del pincel dejaste sobre mí, el azul del mar, convirtiéndome en una brisa azul que ya no puede escapar... alcancé la orilla y me despedí de mis hermanas.

Mi piel índigo se confundía con el mar y el cielo. Te esperé en la orilla, las arenas iban y venían, al igual que las olas del mar. Emergiste de él, te sentaste frente a mi y me miraste, por primera vez un alma me abraza de azul.

Me he enamorado de ella... de quien pinta el mar.


...ella pinta el mar de azul...


A ella.

viernes, 5 de julio de 2019

Amaya Corbacho y Jesús López, mundos para imaginar

     Alguien busca unos ojos claros que se asomaron al otro lado de la ventana suspendida de un marco, miradas y letras que se encuentran, el inicio de una melodía llamada amistad, donde las notas se escriban y las palabras se tintan de color.     

     Así fue la presentación de dos personas que ofrecen sus mundos para hacernos disfrutar.

      Eso es lo que tiene la búsqueda, la recompensa de la magia de sentir.

Amaya pinta sus letras y Jesús escribe sus imágenes.

Jesús buscó a Amaya a través de sus cuadros y 
Amaya encontró a Jesús a través de las letras de "alas de amapola".


Exposición en Ávila (junio 2019), el inicio de un proyecto en común.

Amaya encuentra un sueño.

Amaya le hizo una única petición a su nuevo amigo... "nunca dejes de pintar y escribir para mí".

Isabel Parra

jueves, 4 de julio de 2019

la libélula

anoche, una pequeña libélula de color rojo se había introducido en mi habitación, no sé por qué ha venido, la tengo a mi lado, por unos instantes dudo, me mira y ahora la comprendo... no tengas miedo, te cuidaré y mañana, junto con las primeras luces del alba y al romper la luz del sol el amanecer, volverás con ella, pero no te olvides de llevarle esta pequeña palabra que le escribo y te entrego...

Un sueño con alas de Cristina Díaz


Ayer, alguien me hizo el regalo más bello 
que una persona puede recibir... gracias Cristina.

Ilustración: Cristina Díaz
Texto: Jesús López

Quedan reservados todos los 
derechos de la propiedad intelectual.

martes, 2 de julio de 2019

azul

alguien te regala el mar
alguien te ofrece una sencilla gota azul
alguien te evoca una palabra

y ella en agradecimiento crea "Azul"

Litografía de base de Amaya Corbacho
(Boceto Jesús López)

Gracias Marisol

lunes, 1 de julio de 2019

...fui descubriendo su tez...


...fui descubriendo su tez hasta que me di cuenta de que ella llevaba grabada sobre su piel todas las líneas del tiempo...

cuando una obra nace, aromas a mar y... ella estará entre tus manos el próximo verano






viernes, 28 de junio de 2019

la creadora de almas


Que lejos te vas mi niña...

Mi obra "Lucía a solas" adquirida por EL JM MEAM Museo europeo de arte moderno, ha sido seleccionada para formar parte de una exposición de pintura española contemporánea en Japón. Será expuesta en mayo de 2019 en Hoki Museum en Chiba (cerca de Tokio) y durará hasta septiembre. Luego se expondrá en Saga (cerca de Nagasaki) en el último trimestre de 2019.

Muchas gracias al MEAM por contar con mi obra para esta maravillosa exposición.

Amaya Corbacho


Hace algún tiempo me encontré unos inconmensurables ojos azules que me miraban, ellos eran una voz entre letras e imágenes pintadas.

Tengo que confesar que me quedé absorto viendo aquella imagen sobre la pantalla, pero al día siguiente me encontraba buscando de nuevo aquellos ojos azules, los encontré y no podía entender las historias que los ojos infantiles de esa niña me contaban.

No lograba comprender, como habían creado aquel rostro, así que intenté obtener algunas preguntas a unas respuestas que me miraban intensamente.

Encontré la obra...

"miniatura Sara"
Oleo sobre lienzo
30x30 cm

en unos primeros momentos no sabía quién lo había pintado o como yo lo veo, quien lo había escrito...


y encontré un nombre para quien da vida y alma a una mirada.



Hace unos instantes he podido estar junto a quien les da vida.


La nota de color en el pincel que se proyecta sobre las superficies de los lienzos abiertos, nos permiten sentir una "pintura" que ofrece mucho más que técnicas y resultados magistrales... Amaya es una "creadora de almas". 

Gracias por permitirme soñar y ante todo, querida amiga, lo que más agradezco es tu amistad, aunque no puedo olvidar que eres tú quien pinta mis letras.


"No hace mucho, me encontraba en silencio, no había vida sobre el papel en blanco, me encontraba enmudecido, junto a mi se sentó la sombra de una imagen, era Amaya, entre sus dedos podía vislumbrar la forma difuminada de unos pinceles.

Sin decirme nada, me ofreció dos cosas, una sonrisa y su mirada. Alargó la mano y me ofreció unas letras pintadas por ella... a partir de ese instante siempre tengo algo que contar, porque en lo más profundo del tintero y en la superficie de esa página en blanco que acaricia la pluma, ella ha dejado sus letras pintadas para que las utilice en crear imágenes.

Al final... ella pinta letras para mí y yo escribo imágenes para ella."



Ayer, Amaya  hizo realidad un sueño, el mío.


Amaya Corbacho y Jesús López
(ella pinta sus letras y él escribe imágenes para ella)

Y quién es Amaya... es una pintora que desde muy corta edad descubre que su camino, su vida, está en torno a la pintura y de forma muy especial, vinculada al género del retrato.

En él, Amaya imprime su visión muy íntima de las personas, destacando por encima de todo, el enfoque que realiza de la infancia y de las personas mayores. 



Sus obras no se desarrollan en ámbitos planos sino en una perspectiva que conlleva diferentes unidades en las cuales, cada una te ofrecerá un lenguaje, una lectura diferente. El conjunto de unidades interdependientes ofrecen una pintura subjetiva que se encuentra mucho más lejos de la pintura realista, que es la que vemos y mucho más lejos de la pintura surrealista, que es la que sentimos. Su vida, sus sentimientos, sus sonrisas, sus lágrimas, sus anhelos, sus sueños y sus deseos están implícitos en la pincelada más difícil, aquella que no tiene color y se encuentra implícita en la obra, es una pintura (la pincelada) del alma. 



Amaya es especialista en la pincelada que no tiene color, ese tubo de oleo, esa paleta de color plata que ella utiliza, tiene sobre su piel un color que no se ve, pero cuando lo proyecta sobre los lienzos en blanco, impregna no sólo su alma, sino la que otorga a aquello que pinta.


Posiblemente, ella no lo sepa, 
pero pinta almas, ella tiene el don de crear almas,
lo cual, es un concepto completamente diferente
 en el mundo del arte.


Los ojos que nos ofrece a través de la infancia, nos permite vislumbrar los escenarios en los cuales ella vive y los escenarios en los cuales viven sus sentimientos, son dos planos muy diferentes de las miradas que nos ofrece, y todo ello es capaz de mostrarlos en un espacio reducido y transparente como son unos ojos claros.


Aunque también es capaz de otorgar una fuerza increíble a través de la mirada, rompiendo desde el mundo subjetivo, de la imagen del lienzo, al mundo real, existe un ejemplo muy claro en la exposición. Ella irrumpe de forma personal a través de la mirada como primera persona, como ser de vida y protección. Convirtiéndose en algo y en un concepto que está más allá de la obra física.


Atendiendo a esta perspectiva, ella lo ofrece con la luz. Su obra no juega con matices de iluminación, no sólo crea iluminaciones excepcionales en ámbitos sombríos o al atardecer, lo cual desarrolla con absoluta maestría, sino que sus obras irradian la luz hacia el exterior del cuadro. Superan la línea horizontal de una superficie acotada y la luz, a la cual le da vida, se proyecta físicamente fuera del mismo. El planteamiento que os ofrezco puede ser difícil de comprender, pero muy fácil de entender, comprobaréis físicamente como existe más luz alrededor de sus obras y como ella cambia entorno a las mismas. La luz de sus obras iluminas los pasillos, las estancias y a aquellas personas que las miran.


El simbolismo está implícito en cualquier instante, en cualquier detalle, las amapolas, la luz del atardecer, sus hijas, sus ojos son su más precioso regalo.

Exposición 2019 Ávila





He tenido la suerte de escuchar su voz, de ver su alma y de haber tenido el privilegio de que me mostrase lo que proyecta a través de sus dedos con la sutil figura de un pincel.


Gracias por muchas cosas, pero ante todo, por tu amistad.







"alas de amapola" en "The Floor", el nuevo programa de Antena 3 presentado por Manuel Fuentes.

 " alas de amapola " en   " The Floor ", el nuevo programa de Antena3 presentado por Manuel Fuentes. Mi agradecimiento a...